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lunes, 30 de septiembre de 2019

La justicia ( relato corto)

Cuan vacuos parecen ahora aquellos días, en los que enterraba sus miedos en la soledad de noches de fiesta. El licor y las damas, añadían, entre otras cosas, el placer de la vanidad. Pero hoy, mientras mira a la muchedumbre enardecida, no puede más que sonreír y escupir a la arena.
Cerro los ojos y recordó, los días de lucha y sangre, las flores pisoteadas por la iniquidad del deseo. Los poblados ardiendo y los gritos. Sus brutales carcajadas acallando los ecos de la matanza.
Tomo aire, nada más le quedaba y sintió la necesidad de pedir lo que siempre negó, el perdón.
Negó con la cabeza y levantando la cara miró a todos, uno a uno, desafiante.
La chusma calló e incluso algunos dieron un paso atrás. Pero pronto volvió el griterío.
¿Qué tenían que temer? Él era solo uno y estaba atado y ellos eran muchos, casi cien. Le tenían ahí y en cuanto llegara la noche, dejaría de ser un problema.
Se fueron agrupando haces de leña, los animales para el sacrificio fueron llegando: bueyes blancos,  colleras de palomas, incluso un par de caballos, tan negros como la noche y como no, prisioneros.
Miraba todo el espectáculo desde su poste, parecía un día de mercado, todos dispuestos a hacer negocios.
Estaba sediento y su piel había enrojecido. Todo le daba igual, el tiempo pasaba y pronto no sería más que una historia que nadie contaría.
La muchedumbre fue aumentando, todo olía a madera cortada y a sudor, a sed de sangre.
Miró a un lado, junto a él, un par de chicos gimoteaban. Serían los primeros en morir, los animales vendrían después y más tarde...
Les miraba como extasiado, ellos marcarían el principio de su fin.
En mitad de aquella soledad, sonó un trueno.
El cielo se oscurecía y pensó.
- Al menos moriré rápido.
La tormenta aumentó, rayos y truenos, como heraldos de los dioses, crearon intranquilidad en el ambiente.
La lluvia llegó, como si el mar cayese del cielo. Aprovechó la tregua y bebió, con ese ansia con el que los peces boquean fuera del agua.
Todo el dolor desapareció, se sintió fuerte, el agua hizo que las ligaduras se aflojasen, no tenía nada que perder, tiró y una mano se liberó. Con un par de sacudidas, estuvo completamente libre. Aulló a modo de advertencia.
La muchedumbre retrocedió, aún desarmado, ¿quién haría frente al diablo?
Avanzó un paso, dos, tres ...
Tomó una hoz abandonada y la alzó.
En su mirada de fuego, todos vieron a la muerte.
Una luz cegadora y un estallido, el diablo había desaparecido de la vista de todos.
La desbandada fue generalizada, nadie miró atrás, era un sálvese quien pueda.
La noche fue larga, tormentosa y oscura. Solo al amanecer, pareció que la paz llegaba del cielo. Primero un rayo de sol entre las nubes, luego un claro y poco a poco el cielo fue resplandeciendo.
Los hombres del día anterior se fueron agrupando. Horcas y guadañas poblaban sus manos, se miraban y entre gestos se animaban a volver al calvero.
Había restos esparcidos, los animales habían huido, los prisioneros también. Pero en mitad del circulo estaba él. Una carbonizada sombra, con un brazo aún apuntando al cielo.
Alguien tomó una balanza olvidada, otro un machete largo, incluso un pañuelo fue rescatado del suelo.
Poco a poco, como si el espectáculo hubiese sido cancelado, se fueron agrupando en corrillos en torno al cadáver. Se levanto un poco de viento, lo justo para que el cuerpo cayera de costado.
Todos retrocedieron, algunos rieron nerviosos, pero nadie volvió a acercarse.
Fin
Rafa Marín

sábado, 28 de septiembre de 2019

El muroï ( relato corto)


La mujer, se apeó del tren expreso y dirigiéndose a la cafetería de la estación de Viena y tomó un desayuno rápido. Luego, mirando el gran panel dónde se indican las salidas se dirigió al andén número 7. El tren rápido con destino Praga saldría en cuestión de unos pocos minutos.
El famoso tren rápido, no era más que una antigualla traqueteante, que se desplazaba exasperante lentitud por un paisaje lleno de pequeños bosquecillos, corrientes fluviales y una ondulante y verde pradera. Tras pasar la frontera, el tren continuó su andadura, hasta que se paró.
Se oyeron voces y ajetreo, tren dio un par de sacudidas y cuando comenzaba a arrancar se detuvo. Un agente de la compañía ferroviaria explicaba algo, pero la mujer, no entendía casi nada.
Se dirigió al ferroviario y pregunto en inglés por lo que ocurría. Este la miró de arriba abajo y se dio media vuelta con evidentes signos de enfado.
La mujer, desconcertada miraba como el resto del pasaje iba abandonando el vagón. Entonces, un hombre alto y bien vestido se le acercó.
- Discúlpeme señorita, me llamo Alexej, dijo en perfecto inglés.
- Al parecer, hay un problema con el tren y debemos abandonarlo.
La mujer agradeció al hombre la información y tomando su maleta, se dirigió a la salida.
Por suerte, a cosa de 2 km, se veía un pueblo.  Valtice, rezaba en la fachada de la estación.
Se dirigió a la ventanilla y allí, otra empleada le indicó que la avería era muy seria.
Al parecer, se habían desbordado un par de ríos y la ciudad iba a quedar incomunicada. La empleada le sugirió que buscara alojamiento, pues la tormenta no tardaría en llegar y parecía ser muy fuerte.
Cerca de la estación había un pequeño hotel, se dirigió a él.
Le informaron que estaba completo, el recepcionista llamo a todas las pensiones y hoteles, solo obtuvo la misma respuesta; completo.
Se sintió desolada y pidió quedarse en la pequeña recepción a pasar la noche.
En ese momento, el hombre del tren apareció, el recepcionista, se inclinó ante éste, en sus ojos brillaba una luz especial.
Habló con el recepcionista y este haciendo otra reverencia, tomó el teléfono y marcó un número.
Tras un minuto de charla, colgó y una sonrisa llenaba su cara.
El ya extraño personaje y el recepcionista, tras intercambiar un par de frases, se movieron.
El hombre dijo a la mujer.
- No se preocupe, ya tiene alojamiento.
La mujer, con una sonrisa irónica le preguntó.
- ¿No será en su casa, verdad?
El hombre rompió a reír y  negó con la cabeza.
- No, dijo, si no le importa, se alojará en casa de mi madre.
La mujer se sintió avergonzada y se disculpó por su falta de cortesía.
Tras un breve y embarazo silencio, apareció el empleado del hotel.
Este tomó la maleta de la mujer y le indicó que la seguirá hasta el coche que tenía aparcado fuera.
La mujer al ver que el hombre no la acompañaba, pregunto.
- ¿No viene usted?
- No, contestó el hombre, vivo en un pequeño apartamento, aquí al lado. Pero si no tiene inconveniente, pasaré esta tarde a saludar a mi madre.
- Gracias, dijo la mujer dirigiéndose ya hasta el automóvil.
El trayecto en coche duró apenas 15 minutos, el vehículo se detuvo ante una puerta metálica , la cual se abrió dejando a la vista un camino de grava y al fondo una importante mansión.
Al pie de la escalinata, una mujer ya anciana esperaba.
Ésta la recibió con una gran sonrisa, pero en el fondo de su mirada, se apreciaba una gran tristeza.
La anciana acompañó la mujer hasta una de las habitaciones del primer piso. Le indico dónde se encontraba el cuarto de baño más cercano y le ofreció todo lo necesario para que se aseara.
Una hora después, una camarera llamó a la puerta de la habitación.
La joven le indicó que la comida estaba preparada y que la condesa la esperaba en el comedor.
La comida fue amena, la condesa se interesó por el motivo del viaje de ella, le preguntó por las costumbres de su país de origen y se extrañó de que no tuviese un marido o un novio que la esperara.
Después de la comida coma se dirigieron hasta la biblioteca. Allí la condesa, la puso al día de todas las noticias locales.
En esto comenzó a descargar la gran tormenta, solamente buenos horrorosos y la luz de los rayos proyectaba sombras espectrales dentro de la habitación.
Entrena camarera con una bandeja. Sobre ella, una tetera, tres tazas y algunas pastas, indicaban que se acercaba la hora del té.
Alexej, entra en la habitación, y en ese momento, un gran trueno y un rayo se dejaron sentir con un temblor de los grandes ventanales.
Mari, que así se llamaba nuestro protagonista y la misma condesa, se sobresaltaron.
Alexej, miro divertido a ambas mujeres y rió.
Entre truenos y rayos, las luces de la mansión iban y venían provocando instantes de absoluta oscuridad.
Poco a poco la tormenta se fue alejando, dando un poco de respiro y sosiego ambas mujeres.
Alexej, se despidió de las mujeres y alegando asuntos pendientes abandonó la habitación y la mansión.
Cuando la condesa estuvo segura de que su hijo había abandonado el recinto, rompió a llorar desconsoladamente. Mari, acercándose a ella le pregunto si le ocurría algo.
La condesa la miró con mucha tristeza y respondió.
- Esto que voy a contarte es una maldición que ocupa a nuestra familia desde hace siglos:
- hace muchos años, allá por el siglo VI, nuestro antepasado, Čech, rey de Checos, conquistó estas tierras. Las luchas por asentar el territorio, fueron sangrientas, tanto que el mismo Dios lo maldijo. Desde ese día, tendría que alimentarse de la sangre de sus enemigos para sobrevivir. Cuando por fin se alcanzo las paz, el rey, al no tener enemigos murió y fue castigado con el infierno. Fue el mismísimo Satanás, quien le propuso un pacto.
Reinaría sobre tres legiones de demonios, pero todos sus descendientes primogénitos, tendían que alimentarse de la sangre de sus semejantes desde el día que nacieran hasta el día que muriesen.
Mari, estaba consternada.
- ¿Y en que me afecta esto a mí? Preguntó temblorosa.
- Mi hijo, Alexej, es un muroï. Significa destino, tu destino.
De repente se apagaron todas las luces de la mansión, y para el terror de Mari, unos pasos de hombre avanzaron en la oscuridad.
Fin
Rafa Marín

viernes, 27 de septiembre de 2019

La presencia ( relato corto)

Siempre había creído que el mundo la odiaba, aquellas miradas furtivas, los cuchicheos que cesaban al entrar, la salida presurosa de la gente al verla. Definitivamente si, no se sentía apreciada y menos aún querida.
Vagabundeaba por lugares solitarios y aprendió a no dejarse ver. Recorría silenciosa las calles, a veces no era ni siquiera una sombra. Frecuentó soldados, hospitales y callejones mugrientos. Podría decirse que buscó la compañía de la muerte. Los años pasaban y en mente siempre la misma desconfianza, una brutal verdad que se aferraba a su psique y no la dejaba dormir.
Comenzó a vestir de negro, a acudir a funerales y a envejecer. Como lo hacen las manzanas, o las uvas que alguien se olvidó de recoger.
Desde hacía mucho, en su ausencia la llamaban "la parca", y al hacerlo, todo se ensombrecía, era como si un velo negro cubriera el cielo.
Vivía en una vieja mansión a las afueras de la ciudad, nadie la visitó nunca, ni siquiera el cartero. Los niños no jugaban en derredor de su jardín y ninguno tiró jamás una piedra contra sus ventanas.
Cuentan que una noche, una de esas de invierno, de cielos despejados y un frío intenso, la vieron salir desnuda al jardín, parecía que abrazaba al aire y rompiendo a reír, comenzó a bailar.
Lo cierto es que su cuerpo nunca apareció y pronto, pasó a ser un cuento que todos soñaban con olvidar.
Lo que tampoco supo nunca nadie, es que aquella fría noche invierno, ella bailó con Thanos y que su muerte fue dulce como sólo lo son, los besos de un amante.
Fin
Rafa Marín

jueves, 26 de septiembre de 2019

El herido ( relato corto)

Se limitó a esperar, se sabía desahuciado. Sólo aquella voz, dulce, insistente y cautivadora.
- Déjate vencer, déjate vencer, nadie te busca y yo te daré la paz.
Así, que para evitar el cegador azul, durante el día cerraba los ojos y fingía dejarse llevar.
Pero al llegar la noche. Sus ojos no sufrían, entonces, levantaba la mano ilesa y soñaba con alcanzar las estrellas.
Sentía el frío, agarrado como un demonio a sus huesos. Eso le animaba, sabía que estaba vivo, mientras hay dolor hay esperanza. Ese mantra le ayudo algunas horas.
Pero la voz volvió con el amanecer. Entonces se sentía morir, con los ojos cerrados gritaba, no sabía qué, quizás el dolor, la desesperación, el miedo o la soledad.
Llegó otra vez la noche, pero ya no había estrellas, sólo oscuridad y frío, duro, doloroso y desconsolador.
Para no morir allí, en aquella soledad, luchó contra la voz, contra el miedo y contra el mismo. Su esfuerzo lo devoraba, como una mantis devora a su presa, como la llama devora a la vela, con esa constancia abrumadora del tiempo.
Amaneció y ya no quedaba nada, sólo una mano alzada, pétrea, inerte, como la silenciosa rama que asoma desde el tocón y espera la savia que nunca llegará.
Ya no había miedo, ni dolor, ni casi consciencia. La lucidez, como ese último rayo de luz, le hizo abrir los ojos. Azul, pálido e intenso a la vez. Sonrió, con su ultima fuerza. Recordó a su madre, y el dolor lo avivó como al esclavo un latigazo.
- ¿Cuándo acabará, cuando?
La voz le había abandonado también, o eso creía.
Oyó el ruido de motores, de gentes y de búsqueda. Luego el ruido de motores alejándose y, lloró, lloró y llamo a su madre como cuando era niño en aquel olivo.
Juntó, honor y determinación.
- No me voy a rendir, gritó, si he de morir, será luchando.
Retó a la muerte, al cielo y al infierno y se durmió.
Por una vez durmió en paz. Le despertó la cruel realidad de un nuevo amanecer, su frío y su deslumbrante cielo y aquella voz, que sonó por primera vez distinta.
Notó que le alzaban, que quedaba atrás el frío y que la felicidad, tan efímera, le inundaba como aquel abrazo de su madre cada mañana.
Fin
Rafa Marín

miércoles, 25 de septiembre de 2019

El refugio ( relato corto)

La pantalla se llenó de imágenes paradisíacas, mares turquesa, arenas blancas y palmerales. Sonrió para sus adentros, ese mundo no existe, pensó.
Llevaba encerrado en el refugio más de 30 años, todo aquello acabó con aquella estúpida guerra mundial.
Abatido, apagó el PC, añoraba. Hacía mucho tiempo que se acostumbró a la soledad.
Por suerte, siempre fue un hombre solitario, habituado a huir de las insípidas multitudes y mujeres sin corazón.
Pero esa mañana, renegaba de toda su vida, de ser tan previsor. Desde muy joven, supo que la guerra llegaría, así que dedicó juventud e inteligencia para construir el refugio. Heredó una fortuna tras la inesperada muerte de sus padres, fortuna que invirtió en lo necesario para sobrevivir a lo inevitable.
Eligió un paraje en las montañas, lejos de todo y de todos, en las primeras fases, fue tocado por la suerte y halló un río subterráneo, aunque había previsto la eventualidad del agua, canalizó la corriente de agua, serviría para beber y evacuar los desechos de su cuerpo.
Una vez terminado, el refugio era extraordinario. Todo estaba previsto, aprovechaba la energía geotérmica, ésta la proporcionaba electricidad y oxígeno, imprescindibles para su supervivencia.
El refugio, se adentraba 7 niveles en el subsuelo. Disponía de una estación meteorológica, otra de radio y cámaras para visualizar el exterior y sensores geiger. Todo ello, centralizado en un robusto armario exterior.
Podría saber en qué condiciones se encontraba el exterior, por si algún día podía salir al invierno nuclear.
Cada nivel estaba destinado a una necesidad y todo el complejo estaba revestido de una gruesa capa de plomo.
En aquellos días, recordaba, las tensiones políticas se deterioran tanto, que los dos bloques hegemónicos, ante el mutismo y el terror del mundo, se declaran la guerra.
El, sin tiempo que perder, corrió a su madriguera, al parecer, con el tiempo justo. A los pocos minutos de entrar en su refugio, un enorme estruendo y un gran temblor, sacudieron la estructura.
La estación meteorológica, la de radio y todo contacto con el exterior, dejó de funcionar. Supuso que las armas nucleares hacían su trabajo.
Por lo demás, su vida discurrió según lo previsto. Todos los demás sistemas funcionaron bien e ininterrumpidamente.
Pero ese día añoraba.
Pasó el resto de la tarde meditando y llegó a la conclusión de que esa vida que había conservado, no merecía la pena y renqueante, se dirigió a la escotilla del nivel superior.
Accionó el mecanismo se apertura y, la luz y el olor a bosque le llegaron como una repentina lluvia de verano.
Su contador Geiger, no marcaba signos de radiación.
La vida lo rodeaba como si quisiera atraparlo en un abrazo fraternal.
Giró sobre sí, desorientado y consternado vio lo que nunca imaginó.
Un enorme bloque de granito se había desprendido de la montaña, destrozando el robusto armario que centralizaba su contacto con el exterior.
Se dejó caer abatido, y hecho un ovillo sollozante,  murió.
Nunca supo, que el resto de naciones, llamando a la calma y al sentido común, evitaron lo que parecía inevitable.
Tampoco supo que desde aquel hecho, la humanidad entro en un periodo de paz mundial, de hermandad entre los pueblos y prosperidad.
Fin
Rafa Marín

Brisa de otoño

Se levanta la brisa y,
cual fantasma,
un susurro se despierta,
entre las hojas caídas.
Los bancos vacíos van
perdiendo la sombra,
del olvido de los viejos,
se llenan las cafeterías.
Los niños camino del colegio, ríen.
La inocencia de sus juegos,
se llena de miradas que quisieran
en otras miradas ser poesía.
Todo se vuelve efímero,
un suspiro lastimado que escapa,
un latido que es todo un día.
Pero, a mis ojos le faltan,
las veredas verdes y los huertos,
el vuelo de las abejas y tus manos;
que por un momento quisiera mías.
Rafa Marín

martes, 24 de septiembre de 2019

Sucumbo

Sucumbo a esta penuria física,
al abrazo constante de la cama,
a no sentir el rolar de la brisa,
al dolor que cada día me reclama.
Amanece y se lleva el sol las ganas,
parece que la parca ya tiene prisa,
una señal que del puerto avisa,
un reflejo vahído en una palangana.
Tan largo y tan corto es este río,
ya oigo el murmullo del mar lejano,
disparos en un valle sombrío.
Fatal giró la fortuna en mi mano,
de todo lo que hice hoy me río,
de la vida recogí lo que he sembrado.
Rafa Marín

Pobreza

En un plato de sopa,
que la verdad esconde,
miga ese pan reñido,
que tiene sabor a pobre.
Una vela que oscila,
sombras sin redoble
y una casa tan vacía,
como su bolso de cobres.
Así, lágrimas vertía,
callando por si la oyen,
que más que cuerpo tenía,
un saco de huesos sin nombre.
Rafa Marín

Hastío

Sobre este negro,
se pega la oscuridad,
un túnel sin final,
un pozo tan ciego...
La luz quiere llegar,
pero no pasa el tiempo.
La ventana, otro cristal,
no hay más que silencio,
madrugada sin sueños,
que se aleja más y más.
Rafa Marín

lunes, 23 de septiembre de 2019

El puente ( relato corto)

Aquella mañana, el desparramado villorrio se llenó de olor a combustible quemado, ronquidos de motor y enormes tubos de hormigón.
Sólo los niños, que al volver del colegio descubrieron aquel enorme montón de prefabricados, vieron las aventuras que se iniciarían el sábado.
Al día siguiente, miércoles, los chicos descubrieron que había aumentado la zona de acopio. Gigantescas vigas en forma de "T" y otras estructuras indefinibles, copaban el terreno de barbecho junto al río.
El sábado, todos, como llamados por una melodía inaudible se congregaron en la ribera del río. No había guarda, por otro lado, quién iba a robar tan colosales estructuras.
Al principio, tímidos y luego atrapados por la temeridad, conquistaron aquel improvisado campo de batalla.
Se parcelaron los territorios y se formaron dos ejércitos. El día fue corto como un resignado suspiro.
Durante la cena, no se habló de otra cosa en cada casa o chabola. Al parecer, la cosa iba de construir un puente nuevo.
El domingo, se iniciaron los primeros encontronazos, había que conquistar la zona. Armados con tirachinas, se inició pese a las ganas, la primera ronda de negociaciones.
1° Nada de piedras, la munición estaría conformada por caracoles.
2° No se conservaría el terreno ganado. Cada día se empezaba de cero, solo cabía la conquista total y absoluta en un día.
3° No valía cambiar de bando.
4° Las niñas no podían jugar.
Mayo acabó sin ninguna batalla ganada, aunque si hubo algún brazo roto y se rompió la primera regla en más de una ocasión.
Junio, empezó lluvioso y con los exámenes de por medio, dejó poco tiempo a la aventura.
Acabaron las clases, pero las faenas del campo, requirió de la infantil tropa, aunque algunos, los más privilegiados no trabajaran, ocuparon su tiempo en la recolección de la viviente munición.
Dado el interés que mostraban los chiquillos y como julio era demasiado verano, se dio el mes como franco de servicio para la chiquillería.
Se rompió la paz y comenzaron las hostilidades: escaramuzas, maniobras de distracción e incluso el afloramiento de espías.
Pasaban los días y ninguno de los ejércitos parecía aventajar en osadía y determinación al otro.
Los únicos que parecían satisfechos, eran los pájaros, los cuales al atardecer, acudían a dar buena cuenta de la munición gastada.
Cuando con niños se trata, lo normal, es que las normas se olviden pronto, así que antes de empezar agosto, los ejércitos se volvieron mixtos y los cambios de bando tan frecuentes, que costaba distinguir amigos de rivales.
El verano siguió con su calor, sus tormentas y los cotidianos trabajos a los que los más necesitados debíamos acudir.
Un buen día, aparecieron gentes de fuera, se contrató a peones y llegaron maquinaria y guardas. La contienda terminó, se retomaron amistades y con desolación se miraba como desaparecían las piezas de construcción. Al final, lo único que quedó, fue el recuerdo de un verano inolvidable.
Fin
Rafa Marín

Orto

Trae este nuevo orto,
una voz que se derrama,
un cielo pintado en rojo,
un mar de líquida plata.
El viento susurra flojo,
nadie calla a las aguas,
quizás la mirada de asombro,
de otras voces que atrapa.
Melodía cotidiana que alza,
con su luz la prisa que honro,
un sueño que ya se desplaza,
entre el éter sin calabozos.
Grises, naranjas, oros,
una acuarela que cambia.
Sueño robado al antojo,
por esta voz que nos canta.

Para Esteban Pérez Sánchez

Rafa Marín

domingo, 22 de septiembre de 2019

Decid al mar

Decid al mar,
que se detenga,
son sus olas mi mal,
porque con ellas no llega.
Gritad al insensible céfiro,
que me abrigue con su hielo,
que nada me puede consolar,
sin su risa de cristal.
Todos, tierra y sol,
estrellas, planetas,
dejad ahora de brillar,
sin su luz todo es pena.
Decidlo todos muy alto,
que ella pueda escuchar,

Rafa Marín

Te recuerdo

Esta mañana te recuerdo,
cándida luz de la mirada,
vestida de ojos negros.
Delicada como la flor de jazmín,
en la tarde fresca del huerto,
cuando con tu perfume,
acallabas la osadía del limonero.
Te recuerdo vestida de ti,
tan blanca como el invierno.
El armiño cálido tu piel,
que entre mis dedos es,
seda como jamás otra sentí,
en aquel paraíso entre abetos.
Te recuerdo, mujer y niña feliz,
que entre besos y miradas,
para mí se hizo fecundo cuerpo.
Rafa  Marín

sábado, 21 de septiembre de 2019

El canal ( relato corto)

El canal de riego, discurría sobre la ladera del pequeño monte poblado de árboles y matorrales. Era ancho, unos diez metros y con tres o cuatro de profundidad. Tenía el perfil de un trapecio invertido, por lo que era relativamente fácil entrar y salir de él. Su caudal constante, irrigaba las huertas que diseminadas en perfectas cuadrículas, se dibujaban paralelas a su discurrir.
Durante los meses de verano, niños y no tan niños, lo aprovechaban para combatir el calor, aprovechando cualquier escusa para meterse en sus aguas.
Los más avispados hacían pequeños barquitos y los seguían, a veces por kilómetros. Nada había más excitante que ver aparecer estos barquitos al otro lado de aquellos tramos, en los que el canal, por la orografía o por la intersección caminos, estaba oculto por grandes losas de hormigón.
Aquel día, amenazante de lluvia, los tres chicos, salieron pronto de sus casas. Cada uno de ellos, bajo el brazo, sujetaban sus barcos. Estaban hechos con hojas secas de palmera, con mástiles y toscas velas pegadas, a varillas de junco. Nada más verse, corrieron al encuentro, entre risas.
Cada uno mostró su creación, que salvo pequeños matices, eran básicamente iguales.
Los chicos, descalzos, descendieron la áspera losa del canal y los depositaron sobre la superficie del agua, Lugo empezaron el acompañamiento de las pequeñas "carabelas" en su venturoso navegar el mismo.
El día avanzaba y los tres aguerridos navegantes, bajaron a las huertas, allí, fueron obsequiados con higos, melocotones y como no un pequeño melón amarillo, que les hizo felices.
Al pie de un camino, devoraron la fruta y recordando sus naves, corrieron de vuelta en post de los barcos.
Tras mucho caminar, les dieron alcance justo cuando estos iniciaban el paso por uno de los tramos cubiertos.
Para los niños, el paseo se dividía en dos fases, estar corriendo o ir corriendo a ver algo en los aledaños. Así que corrieron hasta la salida al exterior del cauce de agua por el otro lado del montículo. Se sentaron a esperar, pero llego el atardecer y los barcos no aparecieron.
Desilusionados, tomaron el camino de vuelta a casa, el sol dibujaba delante de ellos largas sombras y pronto olvidaron los barcos, el rugir de sus tripas priorizó sus necesidades.
Los veranos y los juegos, poco a poco los fue convirtiendo en hombres, luego el destino los separó. El tiempo se volvió vórtice y cada uno de ellos envejeció como pudo. Por fin, un día la muerte les volvió a reunir, el menor de los tres, una mañana amaneció ahogado en el canal.
Durante el funeral, entre recuerdos y anécdotas salió por casualidad la historia de los barquitos y el canal. Entonces, rompiendo a llorar, la hija del difunto salió del salón. Al poco regresó, en sus manos traía tres trozos semi podridos de hojas de palmera.
- Le encontraron abrazado a ellas, dijo.
Fin
Rafa  Marín

Tus manos

Me llaman tus manos,
son como la lluvia derramada,
que desborda los charcos.
Lágrimas dulces y lentas,
que recorren mi cara
y empapan este corazón,
que de prado se viste.
Tus manos, tierra mojada
y también pinar embriagado,
de savia y agujas,
que me han conquistado.
Rafa Marín

Bajo el temporal

Bajo este temporal,
que son tu risa y ojos,
cuando enamorada te pierdes
en los brazos de otros,
me quedo sin vida.
Soy un triste muñeco roto,
en la mansa lluvia del ayer,
que dio vida a los prados,
y de la que no queda nada,
sólo un dolor en mi memoria.
Este ventanal sin luz,
que sintió los abrojos,
de tus crueles mentiras,
se va abriendo al sur,
ciudad que ya no habitas.
Rafa Marín

Viene

Viene a mi encuentro,
como la niebla a los valles,
silenciosa como un paso de luna.
Sus ojos lo dicen todo,
me gritan que calle,
que la vida se le hace dura.
Pero, le muestro mis manos,
manchadas de sangre,
tan duras y sucias,
tan llenas de calle.
Sigue ahí, mirando,
con ojos de grulla,
un pulso inquietante,
entre su verdad y la mía.
La recuerdo, una juventud perdida,
con sus labios pintados,
que de miedo tiritan.
Como llegó se va yendo,
arrastrando sus males,
desde la lejana cuna.

Rafa Marín

viernes, 20 de septiembre de 2019

Me repudian

Me repudian por mis ideas,
pero de ellas nace puro,
mi fiel sentimiento.
Escribo, y en cada letra maldigo,
la tiranía de estos gobiernos.
Infames, gentes que encadenan,
con sus leyes a mi pueblo.
Ninguna verdad es más cierta,
pues nunca será libre,
quien a un rey alimenta.
Rafa Marín

Me mira

Me mira, segura y dulce, sólo musita,
un inconmensurable ven.
No soy más que una rama que tiembla,
justo antes de arder.
Todo es silencio,
amor que con palabras,
describir no sé.
Se detiene un instante,
el tiempo cruel.
Me mira, sonriente y dichosa,
como la flor cubierta de rocío.

Rafa Marín

jueves, 19 de septiembre de 2019

Tantos sueños

Tantos sueños perdidos,
tanta gloria en la venas,
tantos miedos vividos y,
ahora tú me dejas,
sin la miel de tus labios.
Tantas mañanas muertas,
tantas tardes de abrigo,
tantas carreras sin meta,
y ahora tú,
con los ojos cerrados,
me buscas a tientas.
Desencuentros que son
gigantescos molinos,
al pie de una carretera.
Un hogar encendido,
va quemando esa leña,
de aquel viejo olivo,
que cumplió sus promesas.
Para qué todo ha servido,
si se están volviendo quejas,
en una razón sin sentido,
paradojas con moraleja.
Rafa Marín

El nuevo ( relato corto)

En el bar de la esquina, los taburetes no están para sentarse. Son como policías antidisturbios; altos, negros y amenazantes.
Están alineados en una escueta barra, y los clientes miramos desde cierta distancia a los manjares que en ella se ofrecen. Vamos, cómo se miran los toros desde la segunda posición de la barrera.
Hoy ha venido alguien nuevo (cliente) y se ha sentado en uno de esos taburetes. Enseguida se ha creado una muda expectación, solo faltaba el doble de unos tambores de circo.
Las chicas que tienen el bar, le han sonriendo y con naturalidad, han puesto una bandeja delante de él, invitándole a retirar de las mesas las tazas, platos y restos de los surgentes desayunos.
El, nos ha mirado de hito en hito y al ver nuestra curiosidad, se han puesto en pie diciendo:
" buenos días, me llamo Pepe. Soy nuevo en el barrio, quiero que sepan que esto lo haré solo por esta vez.
Nosotros, le hemos contestado con una memorable ovación.
Por supuesto, se le ha invitado al desayuno y como no podía ser de otra forma, se le ha sometido al interrogatorio por el que todos hemos pasado.
Fin
Rafa Marín

Se asoman

Se asoman como perlas,
al brillo de mi mirada,
coronados del carmín,
que robó su belleza al coral.
Y sonríes e imagino,
que me vienes a besar.
De esta feliz locura me alimento,
como si no existiera nada más.
Solo la dulzura de tu aliento,
que mi piel quiere abrasar.
Rafa Marín

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Las llaves ( relato corto)

Como sé que no les importa, lo voy a contar.
La historia comienza con un salto de fe, ya saben, hacer algo que contraviene la lógica, pero con el convencimiento de que saldrá bien.
Bueno, pues el salto de los huevos, salió disparatadamente mal.
Aterrizó en mitad de una acera completamente encharcada. Los transeúntes, entre prisas y miradas de sorpresa, le pisotearon sin miramientos, alguno, incluso se subió a su espalda para mirar sobre el mar multicolor de paraguas. Mientras intentaba ponerse en pie, aturdido y dolorido como estaba, miró al balcón del primer piso, no vio a nadie. Soltó un exabrupto y una mujer guapa y elegantemente vestida, le soltó un rodillazo en plena cara.
- ¡Imbécil! Parecían decir los ojos de ella.
Por fin pudo incorporarse, braceó entre la multitud y alcanzó un portal donde protegerse.
Se toco a conciencia, extremidades, torso y cabeza, y salvo el dolor en su orgullo, todo parecía estar bien.
Era otoño y, la lluvia se marchó entre los grandes claros que las nubes, ya menos negras fueron dejando.
Se acercó al portal de su casa, pero no tenía las putas llave. Así que haciendo de tripas corazón, pulsó el botón del interfono de su vecina.
- ¿Si, quien es?
La voz le pareció untuosa, casi como la de una mantis religiosa, si estas pudieran hablar, claro está.
- Ma..María, tartamudeo, soy Luis, ¿puedes abrirme, por favor?
- Claro, dijo.
Al sonar el chasquido, empujó la pesada puerta de hierro forjado, tomó aire y enfiló sus pasos hacia el ascensor.
Se demoró, como si cada paso lo llevara a una muerte segura. Pulsó de nuevo otro botón, un 1 negro, se remarcó sobre el amarillo translúcido, se apoyo sobre el espejo y suspiró.
Al abrirse la puerta del cubículo del elevador la vio.
Ahí estaba María.
De edad indeterminada, regordeta y con la bata intencionadamente entre abierta.
- ¿Estás bien? Dijo María, con aquella voz, que se le antojó peligrosamente letal.
- ¿En qué puedo servirte?
- Vamos, María, ya sabes que quiero.
- Tú también sabes que deseo yo, contestó la mujer, abriendo descaradamente la bata.
Luis, suspiró y dejando que sus brazos cayeran abatidos, agacho la cabeza.
La mujer se pasó obscenamente la lengua por los labios y se hizo a un lado.
Luis, dio un paso y luego otro, con lentitud. De repente echó a correr hacia la terraza, se subió a la baranda del balcón y tomando, aire saltó.
Esta vez casi lo consigue, golpeó con su cuerpo la valla del balcón de su casa y se precipitó al vacío.
Como pudo se incorporó. volvió al portal.
- Esta es la trechera, se dijo, a la tercera va la vencida.
- ¿Si?
- Abre, María, tú ganas.
Entró en casa de su vecina y corrió, pero la puerta del balcón estaba cerrada.
María la abrazó y lo desnudo, mientras literalmente se lo comía a besos.
Hicieron el amor, una y otra y otra vez. Luis, se sorprendió de la habilidad de María para provocar erecciones en su cuerpo maltratado por las caídas. Ya de madrugada, una vez satisfecha la fogosa mujer, comenzó a vestirse, una sonrisa se dibujaba en su cara, cabeceó y dio un beso sobre el hombro de la mujer.
Esta ronroneó y siguió durmiendo.
Tomó los pantalones y oyó el ruido metálico le las llaves de su casa al caer.
Rompió a reír a carcajadas, se desvistió de nuevo y se tumbó junto a María, abrazándola excitado.
Fin
Rafa Marín

Adiós sirenas

Adiós sirenas de los cristales,
adiós sueño y mi verdad.
Tanto amar quisiera,
como olas tiene el mar.
Pero llega su mirada,
ojos que no se renegar.
Mi diosa, mi compañera,
un ángel que me quiso mirar.
Y se vuelve toda tristeza,
cuando mi canto oye llorar.
Me mira y dice, -no tengas penas-
la luz de la aurora te aliviará.

Rafa Marín

Piensas

Llega la madrugada
y sientes que todo es nada,
un cielo de estrellas
y los duros pétalos de sal.
Sólo piensas, ¿llegará la mañana,
y la alondra volverá a cantar?
¿Qué más te puede pasar?
Duerme, sonríe y calla,
el día te traerá la felicidad,
esa que tanto mereces
y que nadie te puede negar.

Rafa Marín

Tu susurro

Tu susurro en mi oído,
dulce canto de sirena
y mis labios en los tuyos,
mientras tapas mis orejas.
Yo no te puedo oír
y de eso no te quejas,
porque no me dejas decir,
lo que la prudencia aconseja.
Tú, que no paras de gemir
y yo, de tu mar soy:
quilla, mástil y velas.

Rafa Marín

lunes, 16 de septiembre de 2019

El horror

Del cielo llega una andanada,
barro, piedras, árboles, fuego,
a cámara lenta todo salta.
Un reguero de muerte y miedo,
con su caudal nos arrastra,
para hacernos zozobrar, siento.
Qué duras son algunas batallas,
¡Vamos! ¡Vamos! ¿Que hemos hecho?
Masacramos a la pacífica vida,
con nuestra suelas de hierro.
¡Ni un paso atrás! manada,
somos los lobos que vagamos,
cachorros del mismísimo infierno.
Rafa Marín

Se ocultan

Se ocultan tus ojos de nácar,
entre la espuma y la arena,
los míos que son tristeza,
en la medianoche callan.
Suena en tus oídos la mar,
los míos de silencio se llenan
porque tu voz no se derrama,
cuando anhelan tu cantar.

Rafa Marín

Cae la noche

Cae la noche,
con su manto de paz,
con sus huéspedes de cartones
y la más dura pobreza;
aceras de la desolación.
Brilla la luna pero,
nada cambia,
en esta tierra que me acogió.
Intereses y buenos deseos,
¿qué podría hacer yo?
¿Levantarme y gritar basta?
Cerrar los ojos es lo mejor.
Rafa Marín

Cuanta...

Cuanta paz perdida,
en oscuras noches de insomnio.
Aceras levantando ecos,
como disparos de trinchera.
Cuantas miradas que invitan,
cuantas manos que lloran.
Cuanta soledad maldita,
muchedumbre que rola,
como el viento en las esquinas.
Cuantos cuanta, cuántos.
Tantos como las oscuras vidas.

Rafa Marín

domingo, 15 de septiembre de 2019

Sofía ( relato corto)

Sofía era una niña feliz, cada día despedía con una sonrisa y dos besos a su papá. Lo miraba montarse en la moto y desde la acera le decía adiós, cuando éste se iba a trabajar Por la tarde, lo esperaba para verlo regresar. Él la subía consigo y daban una vuelta a la casa, riendo.
A Sofía le gustaba llevarle un gran vaso de agua. Lo tomaba con ambas manos y caminaba muy despacito, para que no se derramara ni una sola gota. Su padre la miraba, y como siempre, riendo, inclinaba la cabeza y decía.
- Muchas gracias, Sofía.
Luego, la tomaba en brazos y la besaba.
Sofía tenía un hermano algo mayor, Pepe. Ella siempre lo observaba, sobre todo cuando lo veía estudiar. Tan serio y tan callado. A veces, Pepe, la dejaba garabatear en su cuaderno y le leía lo que estaba haciendo.
Pepe, siempre la ayudaba y cuando volvía del cole le traía un flor.
La casa en la que vivían, aunque grande, era una casa humilde. La construyeron el papa y la mamá de Sofía, ladrillo a ladrillo, desde los cimientos hasta la pequeña veleta con forma de gallo que resaltaba sobre la chimenea.
A Sofía le gustaba mirar a la veleta y a las nubes pasar.
A la mamá de Sofía, le gustaba tenerla incordiando en la cocina. Pese a tener sólo cuatro años, ya ayudaba, bueno eso creía Sofía. La verdad es que era un torbellino de risas y juegos. Pero a su mamá la hacía feliz tenerla allí. A veces provocaba algún pequeño desastre y corría a esconderse bajo la escalera con Curro, el perrillo de su hermano.
La vida de Sofía, era esa vida que todos hemos soñado e incluso envidiado. Que se recordara, Sofía sólo había llorado una vez, fue cuando empezaba a caminar y se tropezó, rascándose una de las rodillas, pero ya no lo recordaba.
Sofía, aguardaba con infantil impaciencia a que llegara el viernes siguiente, era el cumpleaños de papá y harían para él, una fiesta sorpresa. Se pasaba horas y horas decorando un dibujo que le haría como regalo, y aunque se le había escapado más de una vez, su papá parecía no haberse enterado.
Los días, según Sofía, se hacían largos y el viernes, no quería llegar. Por fin, el jueves, llegó y durante la cena, Sofía, entre guiños cómplices y risas, pidió irse a dormir. Su padre la llevó a su cuarto y mientras le contaba un cuento, Sofía se durmió con una luminosa sonrisa.
El viernes, el desayuno fue especial, había tortitas con miel y zumo de melocotón. El ritual de cada día se repitió, aunque esta vez, permaneció más rato diciendo adiós a su papá. El día se hizo largo, pero así tuvieron tiempo para  decorar toda la casa. Había globos y farolillos, incluso una piñata que colgaba del limonero del jardín.
Aun faltaba una hora para que el padre de Sofía regresara, pero la niña se sentó afuera a esperarlo. Cada poco se levantaba y poniendo una manita a modo de visera, miraba al fondo de la calle.
Por fin, pudo ver como se acercaba su papá con la moto. Empezó a palmotear y a dar saltos. Al llegar al cruce, la moto fie arrollada por un camión, Sofía, dio un paso atrás, asustada, tropezó y se golpeó en la nuca. El padre murió en el acto y la niña, quedó en un coma irreversible a causa del golpe.
Sofía permaneció años en ese estado, su madre y su hermano, cada día pasaban horas hablándole y tomando una de sus manos.
Un día, mientras su hermano le tenía una mano asida, Sofía abrió los ojos, miró a su hermano y sonriendo, a la vez que dejaba escapar una lágrima, dijo.
Felicidades, papá.
Después volvió a sumirse en la inconsciencia y unas horas más tarde murió.
Fin
Rafa Marín

viernes, 13 de septiembre de 2019

La acequia

Entre el verde y el ocre,
de unas quebradas descompuestas,
acompañada por el brillo
y los murmullos,
se desliza el agua
que alimenta la huerta.
Es la acequia,
que de la mano del hombre
dio su fruto en la vega;
un camino que mi mirada refleja,
en estas cortas tardes de otoño.
Rafa Marín

Casualidad

Paso de la vigilia al duerme vela,
con la sensación de que todo se me escapa.
Sueños que se condensan,
como el vaho de mi mirada,
esa boca que se abre al infierno y sé,
que no tengo nada.
Vuelo de un otoño que ya llega,
un amanecer entre las cañas.
El silencio es una ventana abierta,
una nube que no se mirar,
la brisa que espuma levanta
y ese mar que espera.
Como si fuera solo la casualidad,
que en estos cristales se encierra.

Rafa Marín

jueves, 12 de septiembre de 2019

Los poetas

De entre las sombras
que la luna despierta,
su voz se va colando,
ora como un susurro,
ora como un leve canto.
Es el poeta que se acerca,
como una culebra en el árbol,
abriendo su alma inquieta,
tu oído está endulzado.
No temas niña pizpireta,
porque serás su primer bocado.
No le importa el despecho,
de quien ahora es afortunado,
ni teme al fatal lance,
ni a la daga del burlado.
Él, vive esa gloria cruel,
de un beso hurtado.
Así que, jóvenes amantes,
del poeta guarden cuidado.
Una vez que su ojo acierte,
dense ya por engañados.
Rafa Marín

martes, 10 de septiembre de 2019

Vida

De entre las manos se escapa,
a veces solo es tiempo acumulado
y otras, ambición que nos reclama.
Un juego de niño en sus manos,
para terminar atado a la cachaba,
por los achaques y los años.
En la juventud que no acaba,
gloria de los cálidos veranos
y amores escondidos entre las cañas.
Se vuelve urgencia en el trabajo,
mientras la obligación arrebata,
la poca paz que has conquistado.
La vida, entre amores gastada,
sueños feroces de triste milano,
nos va convirtiendo en presas,
para decir: amigo, juego terminado.

Rafa Marín

domingo, 8 de septiembre de 2019

La luz

Sueño con la luz de una mirada
y me despiertan el reloj y el colirio;
alivio para mis ojos rotos,
una distorsionada nada,
la visión del caleidoscopio.
Todo son fríos azules y,
sueños de atardeceres rojos.
Ya me perdí en este camino,
un tornado de recuerdos,
que giran en la oscuridad.
La cama es casi salvación,
un ejército de abstemios,
que de gritarme no para.
Rafa Marín

Bruma

Hay una heladora bruma,
enrredada en mis huesos.
Es la noche eterna que,
los que no somos buenos,
compartimos entre deshechos.
Sueños que son madrugadas,
amaneceres sin cielos.
Los viejos recuerdos,
rituales sangrientos
del omnipresente ayer.
Como cuando ruge el mar,
la brisa de sus lamentos,
desarbolando los trapos,
arrancando ayes del pecho.
La furia rompe contra el muro,
embestidas del profundo yo,
una mano tendida al vacío,
noche eterna en mi dolor.
La niebla, cristal sucio y roto,
se llena con esta lágrima,
que tantea en el suelo,
manos heridas por el sudor.
Rafa Marín

sábado, 7 de septiembre de 2019

Siempre tú y solo tú

Te vistes de calle y ríes,
me miras despacio y dices;
niño, ¿dime que tal estoy?
En mi ojo te ves preciosa,
un ángel que para mí vive.
Te puedo medio imaginar,
cuando con Ricard juegas.
Tú, sin ser sirena me cantas
y sin ser Circe me embrujas,
para hacerme el más feliz.
Para ti, la más dulce esposa,
la mujer que me dio su si,
estas pequeñas estrofas,
que cada día renuevan en ti.
Rafa Marín

viernes, 6 de septiembre de 2019

La oscuridad

La oscuridad cubre mi mirada,
flashes blancos y horizontes,
una marea verde, que resignada,
pugna con el silencio a voces.
No hay paz, ni las manos blancas,
solo esta negrura tan enorme,
eterna y fría como la madrugada,
que las almas impías esconde.
El silencio que nadie rompe,
las olas que no tienen playa,
no hay nubes para que asome,
ni sol, ni luna, ni tú, ni nada.
Mi voz se volvió un canto mediocre,
llanto mordiendo a la almohada,
tus ojos que de mi se esconden,
porque el dolor los atrapa.
Este sudor que hoy me empapa,
humedad que baña mi orbe,
castigando mi mar salada,
que fue siempre batir de cobres.

Rafa Marín

La última noche

Es nuestra última noche,
sabemos que vamos a morir
y ya nada nos importa.
Nuestros ojos se pierden,
en esa cálida mirada,
que no dice y que,
no hace falta que diga nada.
Es esta última locura,
que entre besos urgentes,
nos arranca la ropa,
para tirarnos al frío suelo,
como si fuésemos alimañas.
Las horas son un suspiro,
ya se asoma la madrugada.
Amarilla se filtra la luz pero,
no se oye el canto de la alondra.
La vida se perdió en esperas,
ahora que llegó la última noche,
la dejamos huir entre urgencias.
No habrá un fruto de amor,
ni siquiera habrá un adiós.
Solo gemidos en el frío suelo,
un infierno que abre sus puertas,
para decirnos:
- ¡sed bienvenidos!
Rafa Marín

martes, 3 de septiembre de 2019

La torre ( relato corto)


Bajo la luz de la luna, en aquella playa junto a Valencia, quedan humeantes los restos de mil hogueras. Durante todo el día se han quemado cadáveres, muchos moros y también muchos cristianos. El poeta llora a la muerte de su señor y comienza con mano firme el cantar de Mío cid.

Cuenta una leyenda, que mucho tiempo más tarde, un sultán de Granada, temiendo perder la ciudadela de La Alhambra, buscó en la biblioteca un libro de magia que pudiera ayudarle. Rebuscando entre los manuscritos encontró un poema que Abu-I-Walid al Waqqasi, escribió tiempo atrás. .. Si, este poema era El Cantar de Mío Cid.

El sultán, casi por casualidad, empezó a leerlo y pronto quedó atrapado por la grandeza de este caballero cristiano. Acuciado por la necesidad, buscó a una bruja por toda la Vega de Granada, sin otra intención que despertar al Cid.

De todas las conocidas, ninguna se sentía poderosa para tan complicado hechizo y cuando el sultán estaba a punto de desistir, le llegó un nombre al oído. El sultán Muhammad VII, corrió a buscar a esta mujer y le prometió hacerla rica si conseguía poner al Cid a su servicio.

La mujer, ya vieja y sin deseos aparentes, le dijo que como pago quería que se edificara una torre en su nombre. El rey accedió y la víspera del combate contra los cristianos, la bruja al pie de la muralla de ladrillos rojos, invocó al Cid Campeador.

Aparentemente no ocurrió nada, pero cuentan, que antes del amanecer, un espectral caballero y su ejército de fieles, sacudió la hueste cristiana, la cual huyó despavorida, librando así a Granada de la amenaza.

La bruja, fue a ver al sultán y a reclamar su premio, pero este se negó a pagar lo prometido.

La bruja maldijo al rey moro y éste, al que llamaban el zurdo por su destreza con la cimitarra, la decapitó de un mandoble. Al sultán se le quedó grabada la última frase de la bruja.



"Tú, construirás mi torre con tu dolor"



Los años pasaron lentamente y nada perturbaba la paz en el reino. Muhammad se sentía dichoso y su única preocupación era la felicidad de sus tres hijas.

Una mañana, los cristianos mandaron a una legación para proponer unos acuerdos al sultán de Granada, ante lo ventajoso del trato, Muhammad se relajo, y dio permiso a sus hijas para asistir a la cena.

Todo fue bien, pero a la mañana siguiente, dos de las princesas, habían huido con sendos caballeros cristianos y Zoraida, la más pequeña, fue capturada por la guardia. La joven princesa, renegó de la autoridad del sultán y éste invadido por el dolor, construyó una torre y encerró de por vida en ella a la princesa. Cuando le preguntaron que con qué nombre se llamaría a la torre, el sultán entre lágrimas dijo:

- La torre de la bruja, así debéis llamarla.

Fin

Rafa Marín

lunes, 2 de septiembre de 2019

Te vas

Hoy eres sombra y te vas,
con la lentitud de las tardes de verano,
con la dulzura con la que se derrama la miel,
ausencia que amarga la risa de mis labios.
Te vas y aunque se el porqué,
no quiero aceptarlo.
Flor que quise recoger
y que resbaló de mis manos.
Te vas, adonde, no lo sé,
pero no quiero imaginarlo.
La sombra azul del ciprés,
bajo la luna esta bailando,
los recuerdos de tu querer,
que mis ojos atraparon.
Rafa Marín

domingo, 1 de septiembre de 2019

El reflejo en una mirada ( relato corto)

El muchacho, no sabía que le iba a pasar, pero la guardia de palacio, entre empujones y miradas torvas, lo empujaba escaleras abajo.
- ¿Ha merecido la pena? Pregunto un guardia, a la vez que cerraba la puerta enrejada a su espalda.
- Si, contestó en voz baja.
La joven hija del Sultán, permaneció encerrada en su alcoba. Por palacio corrían rumores sobre ella y un joven y hermoso cristiano al que la guardia sorprendió al amanecer mientras huía por la muralla que pegaba al Albaicín.
¿Qué será de la princesa y su amante?
Cuando el hecho llegó a oídos del Sultán Ismail, éste entró en cólera, hizo llamar al jefe de la guardia, quería saber toda la verdad sobre esa historia.
El capitán, conociendo los arranques desproporcionados de su señor, se demoró al acudir a la llamada, así recapacitará.
Los jardines que conducían al generalife, estaban atestados de cortesanos, emisarios y soldados de la guardia. El día estaba soleado y se percibía el perfume de las flores, el canto de las acequias y el murmullo de las fuentes.
- Lástima, pesó mientras entraba en el gran salón del trono.
Ismail, le dirigió una fugaz mirada, pero suficiente para que el soldado comprendiera la preocupación del sultán.
El sultán, con un gesto imperceptible, indicó a su jefe de la guardia que pasara al gabinete privado.
Apremió al enviado del rey de castilla y con una sonrisa aceptó el presente.
- ¿Quién es el muchacho? casi gritó al entrar en la pequeña habitación.
- ¿Qué sabes de él?
- Mi señor, respondió el capitán, esperaba sus órdenes para interrogarlo.
El sultán, se atusó la perilla y con una mirada encendida de odio ordenó.
- Quiero saber todo, nos podría ser útil si es de noble familia.
- ¿Y si no lo es? Repuso el guardia.
- ¡Mátalo!
- ¿Y la princesa?
- Ya veremos...
En la mal iluminada mazmorra, la noche más larga había empezado.
El amanecer, trajo como cada día el canto de los pinzones, el aroma de las rosas y el murmullo de los saltos de agua.
En la mazmorra habían cesado, los gritos de dolor y angustia, el chasquido del látigo, las preguntas...
Las tropas del sultán aguardaban, enfrente, las tropas cristianas hacían lo mismo.
En mitad de la Vega de Granada, dos legaciones buscaban un acuerdo antes de la batalla campal.
El cónsul árabe entrega una nota al general cristiano. Este la lee y pide tiempo para que su señor la lea.
Han pasado dos días y llega la respuesta.
No hay acuerdo.
Ahí comienza el desastre de la Vega Granada.
Un verdugo, cimitarra en mano, decapita al muchacho de cuerpo quebrantado y ojos ya ciegos.
El general cristiano, aún lloroso por la ejecución de su hijo, lleva al desastre al ejercito.
La joven princesa, mientras se dirige al puerto de Málaga, presa del dolor por su destino, salta al vacío en una quebrada.
Sólo el sultán en su trono parece feliz.
Dos jóvenes sacrificados por unos años de paz, su hija y el joven osado, que enamorado, dejó salir al sol, para verse reflejado en los ojos de su amada.
Fin
Rafa Marín

La prima (relato corto)

Como no podía ser de otra forma, tras una noche de copas y el madrugón, mi humor no está en modo "que bonito es todo". A las 7:07, el tren llega puntual. Al entrar en él, bofetada de aire frío y luces de blanco lechoso, por un momento me recuerda a una sala de curas, pero no es el tren con destino ¡Granada!
La odisea acaba de comenzar, pasan 2 minutos y entran una señora mayor, posiblemente rica y otra, con gafas redondas y mirada extásica.
Viajo con mi esposa y con mi hijo, hemos decidido visitar, La Alhambra. Voy comentando (siempre lo hago) el recorrido, ya que mi madre nació cerca.
- En esta ciudad, nació mi madre y, como...
- ¿Cómo se llama su madre?
Me giro y la señora que no parece rica, me vuelve a preguntar.
- Su madre, los apellidos, ¿cuáles son?
- Disculpe, pero no sé...
La señora, sonríe y yo desprevenido, le contesto, casi tartamudeando.
- Mengano Zutano.
La señora parece entrar en un shock orgiástico.
-Lo sabía, dice casi gritando. Somos primos usted y yo.
Miro a mi esposa, esta se encoje de hombros y pone cara de tú sabrás en que barrizal te estás metiendo.
- ¿Ah, sí?
Respondo con mi mejor sonrisa, Que casualidad.
- Parece de ensueño, usted es el Rafalillo.
Ahora me siento desconcertado, a mí, la señora no me suena de nada.
- Tu madre, me tutea, es la tía Maruja.
- Era, la interrumpo, murió hace casi tres años.
Ella no parece oírme.
- Que pequeño y guapo eras.
La verdad es que me siento atrapado por su aparente felicidad.
- No te acuerdas de mí, dice, enderezando aún más la espalda y moviendo la cabeza, como si de una flor que brota se tratara.
- Bueeeno, titubeo, si conociera su nombre, la verdad es que no he vuelto desde hace mas de 45 años.
- ¡Bah! Me interrumpe. Como no te vas a acordar de tu prima Engracia.
Tiro de memoria, Engracia, mi madre, creo recordar, la mencionó alguna vez.
- Vaya, prima Engracia, como has cambiado.
Ahora la mirada de mi mujer es socarrona, se arrellana en el asiento y me mira divertida.
Mientras tanto, la señora mayor, que parece rica, observa intrigada. Ya saben, como cuando algo no debería de pasar, pero se nos muestra en mitad de la cara.
La "prima Engracia", me mira triste por un segundo, me espeta a bocajarro.
- Estuve en coma durante años.
- Vaya, le respondo, a la vez que hago un gesto de consuelo con la mano.
¡No me toques! Grita poniendo cara de asesina.
Retiro la mano con tal celeridad, que me golpeo el codo y dejo escapar una exclamación de dolor.
La "prima Engracia" me mira sorprendida y yo, empiezo a pensar que ha sido una mala idea, dar conversación a esa loca que finge conocerme.
La otra señora, la que por alguna razón, imagino rica. Abre su bolso y saca una cajita de nácar. La abre, me la ofrece, mientras comenta.
- Esto la calmará.
Miro dentro, son obleas.
Me siento atrapado por la situación, comienzo a sudar.
La "prima Engracia", parlotea sobre dios y la fe, a la vez que  toma la cajita de nácar y se toma tres obleas de una vez.
Se vuelve a dibujar su sonrisa extásica y me mira como se mira a una aparición.
La megafonía del tren anuncia el nombre de una estación. Las dos señoras se levantan y se dirigen hasta la puerta del vagón.
Miro a mi esposa, parece dormida tras su deliciosa sonrisa.
Saco el libro de la mochila y recibo un mensaje de WhatsApp.
- Me gustó mucho verte, primo.
Me quedo pensativo.
Entran dos policías en el vagón.
Uno de ellos me mira y pregunta.
- Ha visto a 2 señoras que viajaban juntas. Una parece rica y la otra se hace pasar por una adivina.
- No, contesto, a la vez que suena la alarma del WhatsApp.
Lo miro de reojo. Un gracias aparece en la pantalla.
Miro por la ventanilla, pero el tren ya ha abandonado la estación y sólo los olivos se recortan con el amanecer.
Fin
Rafa Marín