Toda historia tiene algo de surrealismo,
esta, aunque imaginaria, bien podría ser mi historia.
Tengo que ir a la sala de curas, me han citado a las diez y me
gusta ser puntual. Así que me tomo un café rápido y camino los 500 metros que
hay desde el bar a las urgencias. No hace calor y la llovizna nocturna perfuma
la tierra de los jardines. De repente, vuelve a chispear. Poco a poco arrecia, empiezan
a sonar truenos y a caer sobre los edificios espeluznantes rayos.
Todo a mi alrededor huele a tormenta y electricidad estática.
Llego al bar de la esquina, aunque hay gente dentro, las cortinas metálicas están bajadas, llamo desde el interior me señalan sonriendo, creo que se burlan de mí.
Estoy ya empapado de lluvia, así que asumo mi condición y me dirijo a casa, abatido, pero con la cabeza muy alta.
A mi espalda se oye un chasquido y el fragor de un trueno que parece está en mi cabeza, noto el calor, me giro y veo como los risueños del bar se consumen entre llamas. Corro hacia ellos, intento abrir las persianas, me quemo, incluso ahora parecen estar riéndose. Tal como ha empezado cesa, el cielo se vuelve azul y ya no hay nubes.
Me duelen las manos y estoy empapado.
Todo me da igual, camino hacia las urgencias. Sé que el servicio va a estar colapsado, pero no tengo nada que hacer.
Desde unos 200 metros ya se distingue la cola, hasta hay una enfermera filtrando los casos por su gravedad.
Me mira las vendas sucias y la mano quemada.
Se pone de mal humor y vocifera con un sargento chusquero.
Aparecen dos sanitarios fornidos y sin mediar palabra me tiran al suelo. Intento luchar, pero me sofocan con su peso.
Suena una sirena, no sé si es ambulancia o policía. Un destello azul los señala, lloro.
Me veo engrilletado y los dos policías me golpean sin piedad.
Sangro por la nariz y tengo los labios adormecidos por los puñetazos.
Me tiran dentro de un coche policial, pienso en que todo es una locura, pero me callo, así me educaron y así experimenté la vida. Mientras hables te seguirán golpeando.
Me meten en una celda, apenas han pasado 40 minutos desde que llegué a la cola de urgencias.
No se cuanto tiempo ha pasado, se abre la celda y dejan una bandeja con comida y agua.
El carcelero me mira, lo sé, percibo su mirada, pero yo no lo miro a él.
La sucesión de carceleros y bandejas deja de tener sentido.
Han pasado quizás, días, meses, años, una vida. Me veo viejo en un espejo tan viejo y gastado como yo.
Se abre la puerta a mi espalda, me voy obediente al rincón y espero sin levantar la mirada.
Unos pasos se acercan, me temo lo peor y preparo mi cuerpo para el castigo.
Una mano toma las mías y en tono feliz me llama, "eres libre, compañero"
Los flashes primero y la luz solar después, me aturden.
Un chico joven me mira jovial y en sus ojos brilla lo que él imagina que es respeto,
¿Qué es lo primero que va a hacer ahora que es un hombre libre?
Me lo quedo mirando, miro a la cara de todos los que me rodean.
Después, con un susurro, digo:
Ir a urgencias a que me curen este corte que tengo en la mano.
Todos ríen felices, pero yo no sé el porqué.
Todo a mi alrededor huele a tormenta y electricidad estática.
Llego al bar de la esquina, aunque hay gente dentro, las cortinas metálicas están bajadas, llamo desde el interior me señalan sonriendo, creo que se burlan de mí.
Estoy ya empapado de lluvia, así que asumo mi condición y me dirijo a casa, abatido, pero con la cabeza muy alta.
A mi espalda se oye un chasquido y el fragor de un trueno que parece está en mi cabeza, noto el calor, me giro y veo como los risueños del bar se consumen entre llamas. Corro hacia ellos, intento abrir las persianas, me quemo, incluso ahora parecen estar riéndose. Tal como ha empezado cesa, el cielo se vuelve azul y ya no hay nubes.
Me duelen las manos y estoy empapado.
Todo me da igual, camino hacia las urgencias. Sé que el servicio va a estar colapsado, pero no tengo nada que hacer.
Desde unos 200 metros ya se distingue la cola, hasta hay una enfermera filtrando los casos por su gravedad.
Me mira las vendas sucias y la mano quemada.
Se pone de mal humor y vocifera con un sargento chusquero.
Aparecen dos sanitarios fornidos y sin mediar palabra me tiran al suelo. Intento luchar, pero me sofocan con su peso.
Suena una sirena, no sé si es ambulancia o policía. Un destello azul los señala, lloro.
Me veo engrilletado y los dos policías me golpean sin piedad.
Sangro por la nariz y tengo los labios adormecidos por los puñetazos.
Me tiran dentro de un coche policial, pienso en que todo es una locura, pero me callo, así me educaron y así experimenté la vida. Mientras hables te seguirán golpeando.
Me meten en una celda, apenas han pasado 40 minutos desde que llegué a la cola de urgencias.
No se cuanto tiempo ha pasado, se abre la celda y dejan una bandeja con comida y agua.
El carcelero me mira, lo sé, percibo su mirada, pero yo no lo miro a él.
La sucesión de carceleros y bandejas deja de tener sentido.
Han pasado quizás, días, meses, años, una vida. Me veo viejo en un espejo tan viejo y gastado como yo.
Se abre la puerta a mi espalda, me voy obediente al rincón y espero sin levantar la mirada.
Unos pasos se acercan, me temo lo peor y preparo mi cuerpo para el castigo.
Una mano toma las mías y en tono feliz me llama, "eres libre, compañero"
Los flashes primero y la luz solar después, me aturden.
Un chico joven me mira jovial y en sus ojos brilla lo que él imagina que es respeto,
¿Qué es lo primero que va a hacer ahora que es un hombre libre?
Me lo quedo mirando, miro a la cara de todos los que me rodean.
Después, con un susurro, digo:
Ir a urgencias a que me curen este corte que tengo en la mano.
Todos ríen felices, pero yo no sé el porqué.
Fin
Rafa Marín
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