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sábado, 10 de agosto de 2019

La cura ( relato corto)

Hoy he ido al centro de salud, es sábado y me toca la 2° cura.
No estaba el gigante, pero había unos 50 ó 60 yayos y yayas. Todos de charla; me he sentido desmayar.
Con voz tímida he pedido la vez, casi a gritos han dicho que estaban acompañando a alguien. Comienzo a seguir los brazos que señalan y me he topado con la mesa de la enfermera. Toda llena de bizcochos y algún vaso con vino dulce; la mujer parecía feliz.
Mirándome la venda, ha proclamado que va a hacer una cura. Todas las personas allí presentes se han callado y han formado un círculo a nuestro alrededor.
Al dejar yo entrever que me gustaría que se me atendiera en privado, un murmullo de desolación a recorrido la gran sala de espera.
Una vez dentro de la sala de curas, la enfermera me ha dicho que cada fin de semana, vienen todos.
- Es por el fresco, me dice a modo de justificación.
Con una mirada cómplice, la invito a  abrir, para que pasen algunas personas y tengan algo para comentar después. Se ha liado algo de revuelo, pero al final, 10 ó 12 se han posicionado alrededor de la camilla.
Cuando la sanitaria me ha cortado el vendaje y ha quedado al aire la herida, una onomatopeya de decepción ha sonado entre los presentes.
Casi me he sentido ofendido.
La enfermera, mirando a todos, ha comenzado a explicar la herida.
Otra vez silencio y mientras ella se afanaba entre descripciones, una abuela se ha levantado la falda hasta las rodillas. Un monstruo costurón ha quedado visible. Luego otro se ha descamisado y me explica cómo le abrieron el pecho y le operaron del corazón. Mientras la enfermera me va indicando que no debo hacer, una señora muy pequeña y arrugada, me ha ofrecido un trozo de pastel. Socarronamente, le pregunto por sus cicatrices.
Ella se me queda mirando y con un temblor de manos, saca una gastada foto del bolso. En ella se ven un grupo de hombres, mujeres y niños. Le pregunto con la mirada. Me responde que a todos los ha visto morir y se aleja en silencio.
La enfermera acaba, salgo de la sala y busco a la anciana. La veo y le ofrezco mi brazo. Ella me mira y sonríe intrigada. Le digo que me gustaría tomar café con ella y escuchar su historia. Deja caer una lágrima y responde.
- Mi historia no es más que la de cada uno de los viejos que veo allí, me lo dice sin acritud, pero si con tristeza.
He comprado un par de botellas de cava y vasos de plástico, les he invitado a brindar por la puta vida y por lo hermoso que es vivir.
He vuelto a casa, con una lección aprendida y quizás con una nueva amiga.
Esta tarde hemos quedado, para oír su historia.
Fin
Rafa Marín

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