En la oscura sombra del rincón,
apenas visible bajo la luz lechosa,
de esta luna de agosto, trémula,
se agita el esmeralda de la hoja.
La brisa, que de tu pelo hace onda,
da a mi piel este fugaz alivio
que no le da tu boca y, como un presagio,
el cielo estalla en luminosas líneas.
¡Oh! Que dicha es verte ahí,
bajo el rayo de luna del aprisco.
No eres mía y no me quieres tuyo,
pero nada me importa.
Estás sentada y me miras,
con tu sonrisa silenciosa.
Soy, dichoso reflejo en tu mirada
y en tus mejillas un rubor que las corona.
Rafa Marín
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