Se hizo a la mar, con un petate y muchos
sueños.
Imaginaba la aventura como una encadenada
sucesión de hechos peligrosos. Pronto descubrió que navegar, era una tediosa
sucesión de horas y días, soles y lunas y mucha soledad.
A veces nos sorprende la galerna y cuando
queremos reaccionar, nuestro cuerpo acaba dando con sus huesos en una
solitaria playa.
Lamentarse de la suerte por tener lo que
tanto añoraba, pasó los primeros días.
Una isla desierta, un vergel en mitad de
la nada. Noches de estrellas y cada día una lección de supervivencia.
El tiempo, cual infatigable capataz,
moldeó su cuerpo y su carácter. A fuerza de soledad, olvidó las quejas y
aprendió a escuchar: el viento en las ramas, las olas al romper y el canto de
las aves cada amanecer.
Adquirió el hábito de esperar, sin esperar
nada y se hizo ducho en buscar lo que el mar arrinconaba en calas y arenales.
Descubrió la naturaleza y sus estaciones,
la inmensidad del cielo nocturno y el amor de un buen fuego.
Pronto olvidó los días de la semana y un
poco después, el de los meses.
Todo se limitaba a mareas y corrientes y
fases lunares.
Por fin, cuando ni su nombre pudo ya
recordar, una vela blanca se dibujó en el horizonte. No supo el porqué, pero se
ocultó y desde la fronda oyó aquellas voces extrañas. Cuando se fueron por
donde habían venido, bajo a la playa y aprovechó sus residuos.
Muchos años más tarde, otra vela arribó a
aquel lugar. Lo sorprendió, había perdido vista y atención.
Lo devolvieron a su tierra, encumbrado
como un aventurero. Un moderno Odiseo, pero el ya no recordaba por qué se
marchó de aquella agostada tierra.
Se fue marchitando en silencio, como se
marchitan las flores. Dejando tras de sí, una leyenda. Fue un chico que huyó de
la soledad para vivir una vida junto a ella. Nadie supo nunca de sus noches de
llanto, del hambre y la sed, del miedo.
Tampoco del cada día levantarse y luchar.
Fin
Rafa Marín
Qué bonito...
ResponderEliminarTú, que me lees con cariño.
EliminarMuchas gracias.