Aquella mañana, el hospital estaba de
punta en blanco. Todos esperaban la llegada de los nuevos equipos. Hasta los
enfermos tenían buena cara.
Por supuesto, los camiones hicieron mucho
ruido, pero a nadie pareció importarle. Eran los equipos nuevos. Con tanto
ajetreo, se olvidaron de servir, comida y merienda. Todo el personal estaba
expectante, uno a uno se descargaron los enormes cajones de madera.
Al llegar la noche, se detuvieron los
trabajos de descarga y pusieron un vigilante para que nadie robara aquellos
valiosísimos equipos.
Con el amanecer, llegó la lluvia. Llovió
todo el día, el hospital cayó en la melancolía y los enfermos volvieron a
parecer enfermos. Con esfuerzo y tesón, los equipos fueron apilados en el
sótano. A día siguiente, la lluvia continuó cayendo y al siguiente y así hasta
que todos olvidaron que había equipos nuevos.
Una mañana, de forma discreta, llegó un
pequeño camión, del sótano sacaron una de aquellos olvidados equipos nuevos, se
verificaron los albaranes y el equipo desapareció rumbo a su nuevo destino.
La operación se fue realizando de forma
intermitente, tantas veces como equipos había en aquel sótano hospitalario.
El director del hospital, hizo entrega de
toda la documentación a su sustituto, él, se jubilaba.
El nuevo director, recorrió plantas e
instalaciones, y por fin, decidió solicitar al ministerio la adquisición de
nuevos equipos para su hospital.
Hubo de esperar muchos años, pero por fin,
aquella mañana, el ronquido de los camiones, anunciaba la llegada de los
nuevos equipos.
Para el día siguiente, el parte
meteorológico, anunciaba lluvia.
Fin
Rafa Marín
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