Los muros fríos de estrechas saeteras lo
miraban. No era más que un doliente cuerpo esperando a los lobos que lo iban a
devorar. La luna se izó en el cielo, la escarcha cubrió su cuerpo, pero no
lloró ni gritó cuando sintió los colmillos atrapando su carne.
Tras las puertas la ciudad velaba, en
silencio, quien iba a osar levantar la voz contra la justicia del rey.
En un oscuro y lóbrego aposento, una mujer
en silencio lloraba, sabía que no había sido él.
Pasó la noche y despertó la mañana,
relucientes los campos de hielo, de la tragedia ningún rastro dejaban. El rey,
subió al camino de ronda, quería ver del ajusticiado que quedaba, era su ley y
como gobernante quiso comprobar que se ejecutaba su palabra.
Allí, sobre la muralla almenada quedó
quieto y demudado. Junto al reo una manada de lobos, descansaba, protegiendo al
joven y dándole calor.
Poco a poco las gentes, ante el
espectáculo, comenzaron a murmurar.
El rey, asustado ordenó a la guardia que
mataran a los lobos y a aquel a quien él había condenado.
20 hombres, armados con ballestas, mato a
reo y lobos, ante la protesta general.
La mujer salió de su encierro nocturno y
enfrentándose a su marido el rey lo increpó.
- Has matado a un inocente, pues tú fuiste
quien robó los tesoros de la iglesia.
El rey la miró desdeñoso, hizo un gesto a
un soldado y este, mató a la mujer de un espadazo.
El tumulto de las personas se elevó hasta
lo alto de la muralla.
El rey, furioso, levantando las manos
dijo:
- Esta es mi justicia, quien ose
contradecirme, que dé un paso al frente.
Se hizo el silencio, los guardias
apuntaron a la multitud y esta dio un paso atrás asustada.
Era la justicia del rey y nadie osaría
protestar contra ella.
Fin
Rafa Marín
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