Miraba al horizonte con una sonrisa
perdida, como miran los niños por la ventana los días de lluvia.
Siempre quiso saber de allende los mares,
pero perdió la edad trabajando la tierra, que siempre fue parca y miserable.
Ahora, liberado del yugo y a veces muy cansado, rondaba la playa cada amanecer.
Quería saber de monstruos y sirenas, de
piratas y por qué no, de trinquetes, cofas y galernas. Suspiró, había llegado
tarde.
A lo lejos vio como una vela blanca se
acercaba, con la parsimonia de las olas en un mar en calma, lenta, pero
constante.
- ¿Quién gobernará el timón? Pensó
mientras volvía a sonreír.
Se sintió cansado y decidió volver, pero
el banco al sol lo invitó.
- Será sólo un instante, dijo para sí.
Con paso torpe pero calculado se dirigió
hasta él, se sentó y cerró los ojos.
En ese momento oyó la voz.
- Hey viejo, ¿no quieres venir?
Levantó la vista y la miró, entre
incrédulo y satisfecho. Alta, guapa e irresistiblemente apetecible y, le tendía
la mano.
Se puso en pie y dejándose ayudar, subió
al bote que lo llevaba al velero.
No preguntó, no hacía ninguna falta.
Comenzaba un gran viaje y no iba a buscar ninguna excusa. Ya imaginaba las olas
rugiendo en la quilla y los delfines como una guardia de honor jugando a los
costados.
La noche llegó y un par de marineros se
acercaron a aquel banco, donde un viejo se recostada con los ojos cerrados.
Al poco de dar la alerta, llegó la
ambulancia. No había nada que hacer, llevaba varias horas muerto.
- Al menos parecía feliz, comentó un
policía al cerrar la trasera de la ambulancia.
- Si, contesto su compañero, como si
estuviera a punto de iniciar un gran viaje.
Fin
Rafa Marín
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