En esa esquina perdida,
donde la cera cruje al pisar,
hay una cama extendida,
cuatro cartones nada más.
Un joven que de frío tirita y,
una madre no para de llorar.
El azahar que al amor invita,
la luna en su santo portal.
Salen de entre las sombras,
jauría de sangre sedienta,
soeces labios los nombran,
noche de agonía perfecta.
No importa que ellos corran,
madre e hijo morirán igual.
Los matan frente a la iglesia,
cuatro calles más allá,
al fondo los tambores redoblan,
es la fe que pide cantar.
La madre que ya no llora,
levanta las manos para implorar,
la justicia que nunca llegará.
Todo pasó en esa esquina,
que los capirotes ignoran.
Mientras mecen a la virgen,
una madre a los asesinos de su hijo
sobre la cera fundida implora.
Rafa Marín
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