Sin ni siquiera poder
alzar las manos,
a la noche eterna se entregó.
Cunetas llenas de barro,
amapolas de la perdición,
en su pecho anidaron,
como el céfiro helador.
¿A quién persegís,
esta noche oscura,
de cuchillos tan largos?
No hay cometas explorando,
sólo luces amarillas
y las mujeres llorando.
No quiso levantar las manos,
por qué, dijo gritando;
adelante saltó sin miedo.
No era un hombre sensato,
sólo un joven triste
que se sintió abandonado.
Las paredes blancas y,
los claveles de ellas brotando.
Siempre sufre el pueblo,
siempre los pobres arrodillados;
¿acaso no se ganaron el respeto?
Con su sangre siempre pagaron.
Rafa Marín
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