Le sorprendió la vida ya pasada la
treintena. Solo y desahuciado, decidió hacer ciertos cambios en su rutina. Dejó
las armas en un arcón y en el terreno de atrás, empezó a crear un jardín.
Pronto su rudas manos, cambiaron el olor de la sangre por el del estiércol.
Una mañana la vio pasar, flaca, rubiasca y
no muy alta. Se miraron sólo un segundo, pero la curiosidad tenía ganas de
hacer su juego.
A los pocos días, ella tomaba café en un
bar cercano y él, al entrar, reparó en ella y su soledad.
Con un escueto.
- Buenas tardes, llamó su atención y tras
pedir permiso se sentó frente a ella.
La osadía, por esta vez se quedó sin premio,
pues en ese mismo instante, el camarero traía de vuelta el cambio y ella,
tomándolo, se levantó y sonriendo le dijo.
- Adiós.
En ningún momento perdió su encantadora
sonrisa, se levantó también y ladeando la cabeza, dijo igualmente adiós.
Casi tenía olvidada la anécdota, cuando un
atardecer oyó un fuerte golpe en la calle e inmediatamente el sonido de una
alarma de automóvil. Se asomó y como se figuraba, un vehículo, se había
empotrado contra el árbol frente a su casa.
Acudió al lugar, entre divertido y
preocupado y allí estaba ella. Echada sobre el volante, temblando y llorando.
Abrió la puerta del conductor y con suavidad, le preguntó:
- ¿Se encuentra bien?
La mujer giró la cara hacia él, tenía un
labio roto. Lo miró con sus ojos llorosos y tristes, en silencio.
La ayudo a bajar del coche y al ver que no
se sostenía en pie, la tomó en brazos y la llevó al interior de la casa.
La dejó sobre el sofá, fue a la cocina y
preparó una bebida con ron y hielo. Al regresar ella se había incorporado, lo
mito y bajo la cabeza. Él le tendió la copa y se sentó frente a ella.
Guardaron silencio unos minutos, las
lágrimas volvieron. El hombre, le acercó un pañuelo y ella lo miró directamente
a los ojos.
La profundidad de sus ojos lo aterrorizó,
el vacío y la resignación, por así decirlo, le llenaban la mirada.
Le preguntó por su estado físico, si
necesitaba ayuda con el vehículo y si vivía cerca.
- ¿Tiene a quien llamar?
Ella negó con repetidos gestos de cabeza a
la vez que se quebraba entre sollozos.
La dejo vaciarse de su tristeza y fue a
servirse él mismo una copa.
Al volver, preguntó otra vez.
- ¿Mejor?
Ella siempre con la cabeza agachada soltó
un tímido si y un lo siento.
Él pensó que era la voz más dulce que
había oído nunca y se sintió un canalla por desearla.
Estuvieron un buen rato en silencio, él la
miraba y ella se dejaba mirar.
- ¿Quiere que la acompañe a su casa?
- No tengo casa, respondió rompiendo a
llorar. - Me desahuciaron ayer.
- Si quiere puede quedarse esta noche,
mañana todo lo verá de distinta forma.
Ella negó otra vez con la cabeza,
levantándose, se dirigió a la puerta, la abrió, y antes de salir, le sonrió
tristemente y le dio las gracias.
Desde la ventana la miró alejarse calle
abajo, con paso lento mientras miraba al suelo.
Por alguna razón no se lo impidió, estaba
tan acostumbrado a la tragedia, que casi se alegró al verla partir.
Esa noche, durmió poco y mal, pero muy
temprano escuchó el ruido de un camión en la calle, se asomó, una grúa retiraba
el coche accidentado. Sintió la necesidad de saber, se vistió rápidamente, pero
antes de estar calzado oyó que la grúa ya se marchaba, se sentó en la cama y
suspiró.
Volvió a su jardín, a las plantas que
agradecidas florecían y se sintió afortunado. La Soledad de los meses lo
envolvía como una manta cálida y confortable.
Una tarde, mientras el sol declinaba y él
se esperaba en regar lo que era ya un vergel, la luz despertó con su brillo un
arcoíris y vio como la mujer caminaba hacia él.
La imagen lo cegó por un instante, cerró
el chorro de la manguera y esperó allí, de pie y sin saber que pensar.
Ella sonrió y se acercó. El no vio el
puñal en su mano, sólo sintió un frío que se abrazó a su corazón y no supo que
se moría.
Un segundo antes de expirar, pensó en el
amor, nunca supo que era.
La mujer, sacó un móvil y confirmó que el
trabajo estaba hecho. Luego cortó una rosa Blanca y la puso sobre el pecho del
ya cadáver.
- Lo siento, musitó.
- Tú mejor que nadie entenderás que una
vez aceptado un trabajo, ya no hay vuelta atrás.
Fin
Rafa Marín
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