Había ganado el sorteo de la lotería y
desde entonces se dedicaba a recorrer el mundo, sin más pretensiones que vivir
una vida de tranquilidad y conocimiento.
Al llegar a aquel pequeño pueblo perdido entre las montañas, descubrió que había una feria de antigüedades, un paraíso.
Según le informaron en la recepción del único hotel, era el primer año que se celebraba, pero que en dos días acabaría.
Pasó la tarde recorriendo stands y comprando algunas chucherías para decorar el magnífico castillo que poseía y que estaba en restauración.
Compró, desde armaduras y armas medievales, hasta botes de cerámica y cristal. Casi estaba oscureciendo, cuando llegó al último stand, pero ya estaban cerrando.
A la mañana siguiente se despertó pensando en ese último stand, desayunó y casi corrió hasta aquella posibilidad de encontrar un tesoro.
Al entrar en aquel sitio, lo invadió una sensación desasosiego. Como si algo lo observara y le transmitiera malos pensamientos, pero enseguida se le acercó la mujer y con un...
- Buenos días caballero, ¿puedo ayudarle?
... hizo que olvidase aquella idea.
Se presentó y tras explicarle lo que buscaba, ella le invitó a mirar un catálogo con las antigüedades de las que era propietaria. Le informó que su tienda se encontraba en Quedlinbourg, una ciudad de la Alta Sajonia alemana.
Él sonrió satisfecho, y tras adquirir algunas de las antigüedades expuestas, quedaron para poder visitar la tienda y la ciudad, para el mes siguiente.
Tal como prometió, pasados 30 días llegó a la ciudad.
Quedó maravillado por las casas, entrelazadas unas con otras, formando un laberíntico paisaje, tan bello como sobrecogedor.
Se tomó el día para pasear y conocer esta pequeña ciudad, comió solo y se retiró pronto a descansar.
El día amaneció espléndido y tras el desayuno, camino hasta la tienda de antigüedades. Allí le esperaba la mujer. Recorrieron las salas abarrotadas y ella, le mostró aquellas piezas que a él podían interesar.
Después de algunas compras, la mujer le ofreció ver un salón, según le dijo, con algunas exquisiteces que el sabría valorar. Nada más atravesar el umbral de una puerta tachonada con rodelas de bronce, el notó lo mismo que aquel día un mes atrás. Se sintió atraído por un objeto cubierto por una sábana.
Preguntó, a la vez que alargaba la mano.
- ¿ Qué es esto?
La mujer, con un rápido movimiento, sujetó su mano a la vez que decía.
- No está a la venta.
- Pero... ¿Qué es? Repuso contrariado.
- Nada que le interese.
El hombre, se disculpó y ambos salieron.
Tras pagar las adquisiciones, salió de la tienda, para volver a su residencia.
Durante el viaje de vuelta, no pudo dejar de pensar el objeto cubierto por la sábana, empezó a maquinar la forma de obtenerlo, de una forma u otra.
Al llegar a casa, buscó su agenda azul, en ella se sucedían nombres y números sin orden aparente. Encontró el que buscaba y marcó el número que le precedía.
- X, soy ... necesito que hagas un trabajo para mí.
La conversación se alargó durante unos minutos. Luego se recostó satisfecho en su sillón.
Pasaron un par de semana y recibió la llamada de X.
- Todo ha ido como la seda, aseguró la voz.
- Bien, nos vemos en el castillo mañana.
Llegó muy temprano al castillo, estaba impaciente y quería recorrer pasillos y salones antes de que llegasen los operarios que casi habían terminado la restauración.
La niebla cubría el entorno, y desde un ventanal vio acercarse al pequeño camión. Este se detuvo a la entrada y reconoció a X al apearse.
Bajo deprisa, pero el último tramo lo hizo con estudiada lentitud, demostrar mucho interés, era perjudicial en ciertos "negocios".
Saludo a X por su nombre, y este, algo nervioso, le pidió donde instalar el objeto.
- Tengo algo de prisa, se excusó.
Dos ayudantes fornidos, trasladaron el objeto, aún llevaba la sábana y esto, extraño al millonario.
Una vez instalado, pagó lo estipulado, no hubo regateo ni bromas ni apretón de manos, X y sus acompañantes se fueron casi a la carrera.
Al quedarse a solas, volvió a sentir esa sensación desapacible y la seguridad de que era observado.
Sacudió la cabeza como para sacudirse esas sensaciones, respiró hondo y sujetando la sábana, dio un enérgico tirón de ella.
Quedo fascinado, ante él un espejo. La orfebrería en bronce del Marco le impresionó, camino alrededor de él, despacio, disfrutando de la belleza e imaginando ya, como quedaría en su habitación.
Entonces lo oyó, del espejo nació una risa siniestra.
- ¡Imaginaciones mías! Grito.
La risa se hizo más profunda si cabe. Luego la voz, un susurro que le invitaba.
- Ve, decía, mira tu reflejo.
Se situó frente al cristal cromado, este empezó a cambiar. De repente, tiró del hombre y lo atrapó dentro de sí.
Esa misma noche apareció la anticuaria.
Se arrodilló ante el espejo y esperó.
- Muy bien, mi discípula. Te has ganado otros 2 años más de juventud.
- Pero recuerda, necesito más almas, ve y consíguemelas.
- Si mi señor, contestó la mujer.
Tapo el espejo con la sábana y al día siguiente unos operarios lo devolvieron a la tienda.
Al llegar a aquel pequeño pueblo perdido entre las montañas, descubrió que había una feria de antigüedades, un paraíso.
Según le informaron en la recepción del único hotel, era el primer año que se celebraba, pero que en dos días acabaría.
Pasó la tarde recorriendo stands y comprando algunas chucherías para decorar el magnífico castillo que poseía y que estaba en restauración.
Compró, desde armaduras y armas medievales, hasta botes de cerámica y cristal. Casi estaba oscureciendo, cuando llegó al último stand, pero ya estaban cerrando.
A la mañana siguiente se despertó pensando en ese último stand, desayunó y casi corrió hasta aquella posibilidad de encontrar un tesoro.
Al entrar en aquel sitio, lo invadió una sensación desasosiego. Como si algo lo observara y le transmitiera malos pensamientos, pero enseguida se le acercó la mujer y con un...
- Buenos días caballero, ¿puedo ayudarle?
... hizo que olvidase aquella idea.
Se presentó y tras explicarle lo que buscaba, ella le invitó a mirar un catálogo con las antigüedades de las que era propietaria. Le informó que su tienda se encontraba en Quedlinbourg, una ciudad de la Alta Sajonia alemana.
Él sonrió satisfecho, y tras adquirir algunas de las antigüedades expuestas, quedaron para poder visitar la tienda y la ciudad, para el mes siguiente.
Tal como prometió, pasados 30 días llegó a la ciudad.
Quedó maravillado por las casas, entrelazadas unas con otras, formando un laberíntico paisaje, tan bello como sobrecogedor.
Se tomó el día para pasear y conocer esta pequeña ciudad, comió solo y se retiró pronto a descansar.
El día amaneció espléndido y tras el desayuno, camino hasta la tienda de antigüedades. Allí le esperaba la mujer. Recorrieron las salas abarrotadas y ella, le mostró aquellas piezas que a él podían interesar.
Después de algunas compras, la mujer le ofreció ver un salón, según le dijo, con algunas exquisiteces que el sabría valorar. Nada más atravesar el umbral de una puerta tachonada con rodelas de bronce, el notó lo mismo que aquel día un mes atrás. Se sintió atraído por un objeto cubierto por una sábana.
Preguntó, a la vez que alargaba la mano.
- ¿ Qué es esto?
La mujer, con un rápido movimiento, sujetó su mano a la vez que decía.
- No está a la venta.
- Pero... ¿Qué es? Repuso contrariado.
- Nada que le interese.
El hombre, se disculpó y ambos salieron.
Tras pagar las adquisiciones, salió de la tienda, para volver a su residencia.
Durante el viaje de vuelta, no pudo dejar de pensar el objeto cubierto por la sábana, empezó a maquinar la forma de obtenerlo, de una forma u otra.
Al llegar a casa, buscó su agenda azul, en ella se sucedían nombres y números sin orden aparente. Encontró el que buscaba y marcó el número que le precedía.
- X, soy ... necesito que hagas un trabajo para mí.
La conversación se alargó durante unos minutos. Luego se recostó satisfecho en su sillón.
Pasaron un par de semana y recibió la llamada de X.
- Todo ha ido como la seda, aseguró la voz.
- Bien, nos vemos en el castillo mañana.
Llegó muy temprano al castillo, estaba impaciente y quería recorrer pasillos y salones antes de que llegasen los operarios que casi habían terminado la restauración.
La niebla cubría el entorno, y desde un ventanal vio acercarse al pequeño camión. Este se detuvo a la entrada y reconoció a X al apearse.
Bajo deprisa, pero el último tramo lo hizo con estudiada lentitud, demostrar mucho interés, era perjudicial en ciertos "negocios".
Saludo a X por su nombre, y este, algo nervioso, le pidió donde instalar el objeto.
- Tengo algo de prisa, se excusó.
Dos ayudantes fornidos, trasladaron el objeto, aún llevaba la sábana y esto, extraño al millonario.
Una vez instalado, pagó lo estipulado, no hubo regateo ni bromas ni apretón de manos, X y sus acompañantes se fueron casi a la carrera.
Al quedarse a solas, volvió a sentir esa sensación desapacible y la seguridad de que era observado.
Sacudió la cabeza como para sacudirse esas sensaciones, respiró hondo y sujetando la sábana, dio un enérgico tirón de ella.
Quedo fascinado, ante él un espejo. La orfebrería en bronce del Marco le impresionó, camino alrededor de él, despacio, disfrutando de la belleza e imaginando ya, como quedaría en su habitación.
Entonces lo oyó, del espejo nació una risa siniestra.
- ¡Imaginaciones mías! Grito.
La risa se hizo más profunda si cabe. Luego la voz, un susurro que le invitaba.
- Ve, decía, mira tu reflejo.
Se situó frente al cristal cromado, este empezó a cambiar. De repente, tiró del hombre y lo atrapó dentro de sí.
Esa misma noche apareció la anticuaria.
Se arrodilló ante el espejo y esperó.
- Muy bien, mi discípula. Te has ganado otros 2 años más de juventud.
- Pero recuerda, necesito más almas, ve y consíguemelas.
- Si mi señor, contestó la mujer.
Tapo el espejo con la sábana y al día siguiente unos operarios lo devolvieron a la tienda.
Fin
Rafa Marín
Rafa Marín
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