La mañana se
llevaba al despertar
por la rendija
siempre abierta
de esa ventana
a la que la luz
se asoma
saludando sin parar,
las tristezas
de una noche de insomnio.
Está se lleno
con los recuerdos
de aquellas
salas llenas a rebosar
con muchachas
cansadas
de remendar en
sus costuras
los harapos
triturados, piel de jóvenes
arrojados a la
pira del honor.
Las noches en
las que ella,
rubia como el
sol, cerraba
con sus dedos
mi sonrisa y en silencio
me regalaba
sin medida su amor.
Mientras al
lado, la gimiente pulpa
de carne
quemada suplicaba
lo matasen por
piedad.
De qué sirvió
todo aquel horror.
Rafa Marín
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