Le
sorprendió la lluvia en mitad de aquella meseta despoblada y gris. El camino
era una línea negra que se perdía en la nada del monótono horizonte; quizás por
ser hombre de montaña, aquel paisaje le recordaba al mar que una vez vio desde
los aires subido en un avión.
Se caló más aún el sombrero y subiéndose el cuello de la gabardina siguió caminando. Prefería el blando tacto de la cuneta herbosa y perfumada, que la dura pestilencia del asfalto. Poco a poco el día entre escampadas y aguaceros, iba pasando sin ver a nadie.
Al poco de dejar de llover, justo al margen izquierdo de aquel solitario trazo de negrura, descubrió una hondonada, que anchurosa le dejaba ver el inicio de una quebrada; como si un dios hubiera dado un hachazo al terreno para dibujar algo sobre aquella inmensa pizarra.
Decidió dejar la soledad de un sinsentido, para adentrarse en una novedad no menos solitaria. Lo que parecía un simple accidente, en realidad era un descenso a las tierras verdes y boscosas que rodeaban aquella meseta que ahora dejaba. Al menos hay árboles pensó.
El barro se pegaba a sus botas como queriéndole atrapar, pero la imagen de una cabaña entre los árboles a unos 5 kilómetros, le daba el empuje necesario para no desistir. Mientras se acercaba intuyó lo abandonado del lugar, pero esto más que desanimarle le alegró.
A estas alturas de su vida y ya que tenía por propósito dejar atrás todo lo que fue, lo que menos necesitaba era la compañía de alguien solitario con ganas de charla. Llegó a aquel lugar y se sorprendió, todo estaba en buen estado, aunque deshabitado hacía mucho.
La puerta, aunque cerrada, no tenía cerradura y una vez dentro, encontró una buena provisión de leña, un catre basto de madera y una mesa con dos sillas y un mueble. La luz disminuía y se apresuró en encender la chimenea; luego se sentó frente al alegre fuego y suspiró.
De su mochila sacó pan y queso y una botella media de vino y unas cuantas nueces. Le invadió un sentimiento de soledad tan profundo que sintió la necesidad de llorar como un niño perdido.
Se acercó al fuego y mirando las llamas se serenó y algo reconfortado dijo a la soledad que le rodeaba:
Se caló más aún el sombrero y subiéndose el cuello de la gabardina siguió caminando. Prefería el blando tacto de la cuneta herbosa y perfumada, que la dura pestilencia del asfalto. Poco a poco el día entre escampadas y aguaceros, iba pasando sin ver a nadie.
Al poco de dejar de llover, justo al margen izquierdo de aquel solitario trazo de negrura, descubrió una hondonada, que anchurosa le dejaba ver el inicio de una quebrada; como si un dios hubiera dado un hachazo al terreno para dibujar algo sobre aquella inmensa pizarra.
Decidió dejar la soledad de un sinsentido, para adentrarse en una novedad no menos solitaria. Lo que parecía un simple accidente, en realidad era un descenso a las tierras verdes y boscosas que rodeaban aquella meseta que ahora dejaba. Al menos hay árboles pensó.
El barro se pegaba a sus botas como queriéndole atrapar, pero la imagen de una cabaña entre los árboles a unos 5 kilómetros, le daba el empuje necesario para no desistir. Mientras se acercaba intuyó lo abandonado del lugar, pero esto más que desanimarle le alegró.
A estas alturas de su vida y ya que tenía por propósito dejar atrás todo lo que fue, lo que menos necesitaba era la compañía de alguien solitario con ganas de charla. Llegó a aquel lugar y se sorprendió, todo estaba en buen estado, aunque deshabitado hacía mucho.
La puerta, aunque cerrada, no tenía cerradura y una vez dentro, encontró una buena provisión de leña, un catre basto de madera y una mesa con dos sillas y un mueble. La luz disminuía y se apresuró en encender la chimenea; luego se sentó frente al alegre fuego y suspiró.
De su mochila sacó pan y queso y una botella media de vino y unas cuantas nueces. Le invadió un sentimiento de soledad tan profundo que sintió la necesidad de llorar como un niño perdido.
Se acercó al fuego y mirando las llamas se serenó y algo reconfortado dijo a la soledad que le rodeaba:
- Quizás
sea lo que busco.
Comió, alimentó la chimenea y durmió con el sueño de los justos, la mañana le traería una respuesta, ese fue su último pensamiento antes de dormirse.
Despertó sobresaltado, pero todo estaba como la tarde anterior, solitario y pacífico; por una vez en muchos meses sonrío.
Desde la ventana vio algún ciervo y liebres y un hermoso paisaje con riachuelo. Salió y rodeó la casa, descubrió varios árboles frutales y lo que parecía haber sido un huerto y la entrada a un sótano. Bajó a su interior y quedó maravillado, contenía todo lo que iba a necesitar, herramientas, semillas, un par de escopetas, que aunque viejas en perfecto estado y varias cajas de munición.
También había una nota colgada que decía:
"Cuando decidas irte, deja todo como estaba"
Había varios nombres y fechas de un tiempo pasado firmándola.
Comió, alimentó la chimenea y durmió con el sueño de los justos, la mañana le traería una respuesta, ese fue su último pensamiento antes de dormirse.
Despertó sobresaltado, pero todo estaba como la tarde anterior, solitario y pacífico; por una vez en muchos meses sonrío.
Desde la ventana vio algún ciervo y liebres y un hermoso paisaje con riachuelo. Salió y rodeó la casa, descubrió varios árboles frutales y lo que parecía haber sido un huerto y la entrada a un sótano. Bajó a su interior y quedó maravillado, contenía todo lo que iba a necesitar, herramientas, semillas, un par de escopetas, que aunque viejas en perfecto estado y varias cajas de munición.
También había una nota colgada que decía:
"Cuando decidas irte, deja todo como estaba"
Había varios nombres y fechas de un tiempo pasado firmándola.
Fin
Rafa Marín
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