Noche helada y solitaria
pasó en la cuneta tirado,
de él nadie ha reparado
por lo callado que estaba.
Sus ojos ciegos al cielo
le dedicaban un mantra,
que pueda un brazo mover
para partir con la mañana.
Así van pasando las horas
y los días que no contaba.
Hasta el último amanecer,
una cabeza llenó su mirada.
Toda vestida de blanco,
del pecho la cruz destacaba,
pura y roja como la sangre,
amable como las mismas hadas.
Quizás exista otro amanecer.
Rafa Marín
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