No hubo niño de mono azul,
ni príncipe ni mendigo,
ni cabellos dorados al viento.
Fueron tres días de luz y oscuridad
sin las cálidas arenas de un desierto.
Una cuneta embarrada y el trasegar
de miles de voces y mi silencio.
Fue una sonrisa que me miraba
atraída por mis callados lamentos,
un susurro que me decía,
tranquilo que ya eres nuestro.
Barro sentía en mi boca
y barro mis manos asían.
Carretera tan transitada
y sus cielos de aviones llenos.
Abrazado allí me sentía
como los muertos del cementerio,
por esa tierra ajena y fría
que maternal arropaba mi cuerpo.
Rafa Marín
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