Encorvado y
cauto busca
en cochambrosos
rincones fríos
un cuerpo que le
de la paz.
Calada lleva la
gorra y llora
porque no hay un
pecho que amar.
La botella ya
vacía la estrelló
donde se venden
piedras y cristal.
A su paso huyen
las jovencitas
que entre
maliciosas risas juegan
al peligroso
juego de la verdad.
Sin su sombra
que lo acompañe
parece que baile
entre las aceras,
aquellas que tan
bien conoce.
El vacío y
triste banco será
el suntuoso y
duro palacio
que nunca se
atrevió soñar.
Protegido de la
luz de las farolas
bajo la frondosa
y florida mimosa
soñará que es su
dulce hogar.
Triste hombre
tan desgraciado
por no poderse
nunca callar.
Rafa Marín
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