Las chimeneas
están apagadas
y en la mesa
sólo pan ácimo
que no, que no
sabe a casi nada,
damos gracias al
manjar recibido.
Ya la mirada opaca
y este grito
que en mi pecho
es la escarcha,
no calienta ni
señala los destinos,
mientras los que
pueden escapan.
Así, como un
pobre ciego mendigo,
sentado sobre la
suciedad mojada
donde nadie le
llenará la cuchara.
Sueños como
nieblas desatadas
que insinúan
estrechos los caminos
de cunetas de
las flores despojadas.
Rafa Marín
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