Salto al vacío sin la fe,
casualidad necesaria y útil,
como sentir siempre interés,
un metal al fuego dúctil.
Me arrojo, oquedad sin lápida,
humedad de la vida que al parir,
es la misma vida quien sangra.
Y así, tan eventual como la hoja,
recibo al otoño cual ciego candil.
Me veo reflejado, aquí o allí,
escaparates de la vana abundancia,
charcos rotos por ese frenesí,
al que todos, insensatos, llaman.
Si, reconozco la locura en mí,
¿cómo mentir al cristal de plata?
¿Como decir no soy yo, ya morí?
Levantar la vista y no ver tu mirada.
Rafa Marín
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