Ya amanece, la fría bruma
convierte en fantasmas
que no volveré a ver,
los azules cipreses del anochecer.
La luna se escondió
y por el horizonte amarillea
este nuevo sol.
Que quietud,
la luz de este cabo de vela no oscila,
ya no se oye a la pluma que sangra;
es silencio que no hiere al papel.
convierte en fantasmas
que no volveré a ver,
los azules cipreses del anochecer.
La luna se escondió
y por el horizonte amarillea
este nuevo sol.
Que quietud,
la luz de este cabo de vela no oscila,
ya no se oye a la pluma que sangra;
es silencio que no hiere al papel.
Aguarda un instante orto,
quiero cegarme por última vez;
de qué me servirán allí mis ojos?
Ya, sigue tu camino silencioso,
pues es hora de mi ocaso
y al tuyo jamás podré ver.
Que justo es el destino,
me da para mí lo que a muchos yo entregué.
Vamos, el paseo es corto.
Que no llegue la duda a mis pies,
pues en breve,
el peso de estas cadenas he de perder.
Así, liberado del acero cruel,
me enfrentaré al misterio;
momento que todos temen.
Que lástima no poder regresar
y cantar por los lúgubres pasillos,
que yo, hoy a la muerte voy a vencer.
quiero cegarme por última vez;
de qué me servirán allí mis ojos?
Ya, sigue tu camino silencioso,
pues es hora de mi ocaso
y al tuyo jamás podré ver.
Que justo es el destino,
me da para mí lo que a muchos yo entregué.
Vamos, el paseo es corto.
Que no llegue la duda a mis pies,
pues en breve,
el peso de estas cadenas he de perder.
Así, liberado del acero cruel,
me enfrentaré al misterio;
momento que todos temen.
Que lástima no poder regresar
y cantar por los lúgubres pasillos,
que yo, hoy a la muerte voy a vencer.
Rafa Marín
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