El sol caía
tiñiendo el cielo de rojo,
atardeceres de ensueño
junto a la orilla del mar.
En su cara la luz de unos ojos,
inocente niña que quiso amar,
sin miedos ni vanos podios,
sólo con su delicada necesidad.
Él, en sus manos, le ofrecía manojos,
de la más dura y cruel verdad.
Rafa Marín
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