Aquella mañana despertó con la extraña sensación de estar maldito.
Desde su ventana miró al monte cercano, todo era normal; incluso la niebla que
desde la ladera se derramada hasta el mar oculto por ella misma.
Abrió la ventana y todo se llenó con el ruido del día.
La ducha fría que cada mañana le devolvía a la lucidez de su pobreza, le hizo
tiritar como nunca. Era ya noviembre y mientras tomaba su vaso de leche migada
pensó.
- Necesito salir de este bache que ya dura demasiado tiempo; pensó
en sus hijos y esposa perdida.
Se vistió con lo que tenía, una camisa y un pantalón tan limpios como ajados y
unos zapatos sin calcetines, sonrió al reflejo de la puerta del armario y se
dispuso a salir.
Alguien llamó a la puerta. Acudió a abrir y allí estaban, su mujer
y los tres niños sonriendo.
Al principio no supo reaccionar, estaba confuso, no sabía que hacer ni que
decir. Tras unos segundos sonrió a su vez y se hizo a un lado a modo de
invitación. No hubo abrazos ni besos, sólo esa muda presencia que sonreía y le miraba
con una bondad infinita.
Se empezó a sentir mareado, su esposa mirándolo con ojos llorosos dijo:
- Debes de seguir.
Despertó sobresaltado, miró la foto que sobre la mesita mostraba a su mujer y
los tres niños. Lloró, y entre amargos sollozos sólo dijo.
- Si.
Se cumplía el 5° aniversario del fatal accidente.
Fin
Rafa Marín