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sábado, 8 de junio de 2019

El cabrero (relato corto)

Levantó los ojos y miró al polvoriento camino que se perdía en el horizonte, mientras de cuando en cuando, lo asaltaban los altos eucaliptos y sus sombras. Aún no podía creerlo, iba camino de la ciudad, subido en sus zapatos y apoyado en una tiesa vara de pastor.
Se detuvo bajo un eucalipto grande y añoso,  bajo él, solo crecía su sombra y con una tristeza en sus ojos, miró al campo que lo rodeaba. Era una llanura seca y estéril, como un salar en verano. De su mochila sacó aquella carne tan seca como el entorno y mordió un trozo, luego acompaño el trozo de carne con un largo trago de vino. A pesar de todo, sonrió.
La tarde avanzaba y él, dejo de tener prisa, como si esperase un milagro y en mitad de aquella nada, apareciese un refugio.
Camino obstinadamente, y al descubrir un grupo de árboles, abandonó el camino y se dirigió hacia ellos.
- La suerte me acompaña; se dijo a sí mismo en voz alta.
Aunque ya no era joven, se sintió por un momento un chaval. El sitio le trajo recuerdos de sí y los azares, sacudió la cabeza y adecentó el lugar para pasar la noche.
No hacía frío y no tenía nada para cocinar, pero en mitad de la nada un buen fuego siempre acompaña.
Casi rallaba la medianoche, cuando un ruido procedente del otro lado de la arbolada lo despertó. Oía lo que parecían gritos sofocados de una mujer, y las risas de varios hombres...al menos tres.
Tomó su vara y se acercó a ver qué pasaba, aunque en su mente ya se dibujaba lo peor.
La escena era la que había supuesto.
En el suelo, una chica a medio vestir, se debatía con tres sujetos y, aunque sabía que estaba perdida, luchaba con todas sus fuerzas.
Antonio, porque así se llamaba nuestro protagonista, grito.
- ¡YA ESTÁN PARANDO!
Los tres hombres, se quedaron perplejos, momento que aprovecho la mujer, para correr hacia la oscuridad.
- ¿ Qué pasa contigo cabrero? Preguntó uno de ellos, pasada la sorpresa inicial.
- Eso, repuso otro, se ha escapado nuestra gacela.
El tercero, sacando un gran cuchillo, dijo.
- Tú, vas a ocupar su lugar.
Los tres rompieron a reír y se movieron a la vez, eran expertos en acorralar a mujeres.
Pero Antonio, no era mujer y no siempre fue cabrero. Retrocedió, o eso parecía.
La pelea, duro apenas tres minutos, en el suelo quedaron los tres hombres, muertos. Antonio, tenía una cuchillada en el costado, una herida profunda y en mal sitio, se acercó a su pequeño campamento y se sentó junto al fuego.
Se quedó ahí, recostado y mirando al cielo. A su mente volvieron aquellos días casi olvidados, aquellas noches de espanto. Lo sorprendió el amanecer, con la llegada de la policía acompañada por aquella mujer. Pero él, no lo puedo ver, sus ojos estaban donde quiera que vayan las miradas de los muertos.
Fin
Rafa Marín

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