Despertó, se sentía cansado y tiritaba de
frío. A su alrededor todo era oscuridad y niebla. Intentó moverse, pero un par de
legionarios de su cohorte y un bárbaro se lo impedían.
- ¿Estarán vivos o muertos? Se preguntó, mientras se liberaba del peso de
estos.
Poco a poco, fue saliendo de aquel campo de muerte y sufrimiento, por doquier
se oían lamentos y maldiciones, a veces en latín y otras en aquella jerga que
hablaban los germanos y que apenas si entendía.
De entre los árboles aparecieron de pronto unas antorchas, con aquella niebla
nocturna no era fácil reconocer quienes se acercaban, así que se quedó muy
quieto.
Por terror comprobó, que a todo romano, vivo o muerto, se le atravesaba el
torso con un enorme clavo de acero y luego se le despojaba de armadura y armas.
Se arrastró silencioso y cauto, más parecía un reptil que un hombre, pero al
fin las voces se fueron alejando.
Llegó el amanecer, con su luz difusa y un bosque que lo abrazaba como una madre
amorosa. Encontró una cueva, profunda y sin habitar, buscó leña y algo que
comer y, así, durmió con su fatiga y su miedo.
Con precaución, cada día se acercaba al campo de muerte, y cada vez, menos
gente viva deambulaba por él. Al fin un día, ya no vio a nadie, sólo quedaban
los restos de los muertos desnudos y las bestias carroñeras alimentándose.
Buscó entre el horror y pudo encontrar aquellas cosas olvidadas o desechadas,
que para él eran tesoros: una flecha rota, cordones de cuero una espada rota,
un hacha y alguna sandalia.
El bosque, alejado de todo asentimiento humano se convirtió en su hogar, dejó
pasar el tiempo, hasta que olvidó su nombre y su lengua, hasta que olvidó el
miedo y la soledad.
Cazó y con las presas se alimentó y vistió, pero algo en su interior le
reclamaba contacto con la humanidad. Empezó a buscar y una primavera, abandonó
la cueva.
Deambulaba, entre perdido y ocioso, a veces más animal que humano, y por las
noches, contestaba a los lobos aullando a su vez. Quizás quiso el azar o la
mala suerte, pero una mañana, mientras bebía en un arroyo, una jovencita lo vio
y espantada por la visión, huyó mientras gritaba ... un lobo, un lobo. La
aldea, enseguida se hizo eco de sus gritos y ya a salvo, la joven, mientras se
quitaba la capa roja con capucha, contó su encuentro. No faltaron quienes sin
haberlo visto, dijeron que ya había asesinado niños y ancianas en los
alrededores. Así que, se organizaron partidas de caza. El pobre miserable, no
tuvo otra opción que replegarse al bosque profundo y regresar a su cueva.
Cuentan que una noche, mientras contestaba lastimeramente a los aullidos de los
lobos, una loba se acercó, pero eso sólo son historias de gentes que temían al
bosque y a las noches de luna.
Fin
Rafa Marín