Los charcos de suelo
fueron las únicas aguas
que le limpiaron el alma.
Los puentes helados
dieron refugio a su cuerpo.
Su vida fue su única casa.
Rebuscó compañía
entre la muchedumbre humana.
Prendida de un clavo
siempre expuso el alma.
Con los sueños rotos.
Cansado y viejo...
sucio y sin zapatos.
Pero cada noche de su puerta
colgaba un verso.
Ella nunca lo vio,
ella siempre creyó
que eran de un enamorado.
Nunca descubrió que...
los versos los colgaba su hijo.
Rafa Marín
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