Se la ve tan bella,
ahí, asomada a esta voz,
que a días se cansa.
Con sus labios rojos,
con mil palabras calladas.
Yo, que morí por ser antojo,
revivo para volver a mirarla.
Así, como un Lázaro,
en mitad de un campo de abrojos,
sin saber como poder amarla.
Rafa Marín
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