Entró por la puerta del bar, fue como si una sombra helada se deslizarse, invisible.
Ni siquiera el portero,un ser corpulento y cerril, se percató de su presencia. Jerry, al verla, sonrío satisfecho.
Preparó como siempre aquella mesa en penumbra del rincón. Un sitio tranquilo desde el que ver sin ser visto.
Esa noche el local estana tranquilo, los mismos sicarios, los mismos policías corruptos, las putas de siempre y alguna mujer sedienta de aventuras y sexo.
Aquella noche, ella, no había elegido a nadie, por el momento, y Jerry pensó que afín de cuentas, todos se merecen un descanso.
De repente, estalló una pelea, nada serio, un fogonazo, un grito de mujer y una figura tambaleante que salía en busca de ayuda. Todos sabían que nadie podía morir allí.
Desde su mesa, ella miró con desdén, embutida sus
pensamientos.
Primero, las señoras, una vez seleccionados sus objetivos se ibas marchando. Después lo hicieron, chulos, putas y policías.
Los mafiosos, concluidos sus negocios y pactos, se marcharon también. El local al fin quedó vacío, sólo ella en aquella mesa en penumbra parecía no tener prisa.
Jerry, como siempre, solícito,se acercó sonriendo.
- ¿Hoy no ha habido suerte, verdad? Pregunto distraído.
- No. Contestó ella. Esta noche he venido por ti, Jerry.
Jerry miró incrédulo mientras un dolor atravesaba su pecho y caía muerto.
Fin
Rafa Marín
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