Una mañana, creíste oír como te llamaban
y abriste tu corazón sin preguntar,
¿quién teme a la luz de la esperanza?
Lo miraste sonreír, y sin papeles ni nada,
te pidió quedarse cada noche a dormir.
Fueron pasando las semanas,
noches de juego y cada amanecer,
esa sonrisa que no se acaba.
Ayer, bajo la lluvia le dijiste adiós.
Que amargas son del dolor las lágrimas;
cuando son de verdad y todo corazón.
La vida te trajo un dulce amanecer
y la misma vida fue quien se lo llevó.
Rafa Marín
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