Bajo los terribles truenos, cae desarvolada,
sobre el costado de babor para hundirse,
mientras desesperado busca donde asirse,
de la nave que se apiade alguna tabla.
De su suerte calla, a los cielos no maldice,
pues en su vida sólo trajeron aguas bravas.
Penurias que soportó, de las que nunca habla,
pues tampoco alza plegarias ni se desdice.
Y mientras a las olas cansado se entrega,
suerte que poco a poco allí le ahoga,
siente su cabeza la voz de una sirena.
De pronto olvida amor y hasta la honra,
cuando presurosa ella vivaz le entrega,
en sus labios azules un beso de su boca.
Rafa Marín
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