Básicamente, su conducta, tachada por sus
conocidos como locura autodestructiva, estaba regida por dos máximas.
La primera era no pensar en las
consecuencias.
La segunda, justificar éstas, como algo
inevitable.
Aquella mañana, tras una noche de drogas y
sexo, salió con una idea en su perturbada mente. Debía encontrar a una persona
afín y se era posible, fácil de inducir al sometimiento más absoluto. Ninguna
de sus anteriores parejas aguantó más allá de su primer encuentro sexual. De
hecho, sobre el piso de su apartamento todavía estaba el cadáver desmembrado y
salvajemente torturado.
- De eso, ya me ocuparé más tarde, le
gritó a la portera al salir.
Se dedicó a pasear despreocupadamente por
las calles. La lluvia helada y el viento, hacía que su búsqueda fuera
infructuosa, pero...
Mientras se refugiaba de un intenso
chaparrón, la vio.
La mujer, de unos treinta años, lo miró un
instante y luego el autobús arrancó, dejando en Frank, una sensación de pérdida.
Desde ese momento, tomo el autobús en esa
parada a esa misma hora. Los días fueron pasando, pero nada, la mujer no
parecía existir.
- ¿Y si fue un espejismo? Comenzó a dudar.
Pero en su mente se decía, mañana es el
último intento.
Por fin, un día, perdida toda esperanza y
cansado de buscar, volvió a su territorio de caza.
Se entretuvo uno o dos días, no lo podía
determinar con seguridad, con una mujer. Había consumido tanta cocaína que todo
parecía moverse a cámara lenta. Su brutalidad alcanzó límites insospechados y
cuando al fin acabó con su víctima, sintió algo parecido al asco sobre sí.
Mirar el cuerpo torturado y mutilado, no
le provocó placer, casi no recordaba cómo pasó todo y se recomendó, no consumir
drogas durante las sesiones de sus macabras aficiones.
Mientras descuartizada los restos de
aquella desgraciada, le vino el recuerdo de la mujer en la ventanilla del
autobús.
Introdujo los restos del cadáver en su
cubeta especial, allí, estaría un par de semanas y luego, a través de un
desagüe especial, al colector del alcantarillado, todo quedaría diluido en la
inmensidad de los restos de la ciudad.
Se aseó y una vez listo, fue a ver a su
camello, necesitaba "provisiones" se dijo con una sonrisa.
La persona que le facilitaba las drogas,
lo recibió, como se recibe a un buen amigo, feliz y confiado.
Después de un par de copas y de darle un
tiento a la cajita de los polvos, Frank, se sintió en la necesidad de contar su
fantasía con la desconocida del autobús.
Enric, lo miró con detenimiento, conocía a
su cliente e intentando no airarle, preguntó.
- ¿no sería fruto de tu imaginación?
- ¿Sabes?, respondió Frank, podría
describir cada línea de su cuerpo desnudo.
- ¿Con solo verla un instante?
- Imagino su entrega a la tortura, el
sabor de su sangre en mi boca, es algo que me mortifica.
- Bueno, dijo Enric suspirando, sólo es
una mujer, al final, todas son iguales.
Frank, lo miró extraño, mientras se
preparaba otra ralla de cocaína y mirando muy serio, le dijo.
- Los seres inferiores como tú, no lo
podéis entender. Yo vi sus ojos, su mirada sin miedo y su oscura pasión. Pero
ya no está y eso me tortura, he perdido el gusto por la tortura. Quisiera
olvidarla, volvería a ser yo, un dios entre corderos.
El timbrazo del portero automático
sobresaltó a Enric.
- Un momento, dijo este, lo despacho y
vuelvo.
- Ve, dijo Frank, volviendo a esnifar otra
ralla de coca.
Un instante después, entró Enric.
- Es una cliente especial, ¿te importa que
te vea? Dijo con temor.
Frank, que ya había consumido mucha droga,
contesto encogiéndose de hombros.
Al poco, una mujer entró en la habitación.
Frank, no dio crédito a lo que veía, era
la mujer.
Esta, lo miró y sonriendo le dijo.
- No te vayas a ir, acabamos el negocio y
estoy aquí.
Los pocos minutos en los que Enric y la
mujer, estuvieron hablando, a Frank, se le hicieron interminables.
Por fin, la mujer, entrando en el cuarto,
dejó caer una bolsa llena de algo color marfil y dijo:
- Prueba esto, verás que bueno.
De la mente de Frank, desapareció Enric y
todo demás.
Preparó dos rallas y la mujer le dijo:
- No seas tacaño, estoy excitada, mientras
ponía más cantidad.
Sacando un pequeño tubo de oro, esnifó una
de las rallas de la droga, su mirada se volvió diabólica, pero Frank no la vio.
Frank, se inclinó esnifó también de la
droga y sintió que se le dormía parte de la cara.
- Uff, dijo sonriendo.
La mujer, acariciándole una mano, sonrío y
se sentó a su lado.
- ¿Te gusta? Dijo a Frank.
- ¿Qué es? Preguntó.
- Es un placer reservado a los dioses, ¿te
apetece ser un dios esta noche?
Luego, tomando la bolsa, se levanto y lo
invitó a seguirla.
Frank, era incapaz de pensar, tomó su
droga, la guardo en un bolsillo y siguió a la mujer. En ningún momento pensó en
Enric, hizo mal.
Al cerrarse la puerta, Enric, blanco como
la cera, se sentó en el sofá y sólo después de consumir 2 gr de cocaína,
recuperó la valentía para abrir la bolsa de piel que le había entregado la
mujer.
Los ojos se le salieron de las órbitas, al
menos o eso parecía, había 30 ó 40 fajos de billetes de 500 €.
En ese mismo instante, dejo de preocuparse
por Frank.
Frank, acompañando a la mujer, subió al
automóvil de ésta, había recuperado la sensibilidad de la cara y estaba
excitado, tanto que la mujer lo miraba y maliciosa, pasó la mano por lado
abultada zona de la entrepierna.
- Mmmm, dijo mirándolo.
Frank, tocó el muslo de la pierna derecha
de la mujer, pero la retiró como tocado por un rayo.
La mujer lo miró otra vez y Frank sintió
mareo.
Asustado, intentó abrir la puerta del
vehículo, pero le fallaron las fuerzas. Perdió el conocimiento.
Sintió que lo sumergían en sangre, que
unos dedos dislocados y unos labios rotos lo besaban, sintió miedo, mucho miedo
y despertó.
Estaba tumbado sobre una mesa larga y
ornamentada. Tanto a su cabeza como a sus pies, dos enormes candelabros
iluminaban la estancia.
Paredes llenas con cuadros de hermosas
mujeres desnudas. Algunos muebles de roble rojo brillante y un techo sumido en
las sombras.
Notó que no podía moverse, pero sentía el
tacto de la mesa, sus ojos se movían buscando, sin saber qué.
Se abrió un puerta, pero no pudo ver
quienes entraban, sólo le llegó el susurro de unas pisadas sobre el piso de la
habitación, como de pies descalzos.
Volvió a intentar moverse, nada.
Como un sueño, ante sus ojos se mostraron
cuatro figuras ocultas por negras capas con capucha. Una de ellas se descubrió,
era la mujer, su mirada estaba llena de deseo, como una represa a punto de rebosar.
Se desprendió de la vestimenta dejando la perfecta belleza de su cuerpo desnudo
ante los ojos de Frank. Éste, sonrió aturdido, pero la mirada de la mujer, lo
atrapaba.
- Tranquilo, le susurro al oído, todo está
bien.
La mujer con un gesto señaló a las demás
figuras, mientras todas se desnudaban.
- Amadas, dijo la mujer, la cena está
servida.
Luego riendo con maléfica carcajada,
volvió a dirigirse a Frank.
- No puedes moverte, la droga que te hemos
inoculado lo impide, pero sentirás el dolor.
Las cuatro mujeres se acercaron más y
abriendo sus bocas, mordieron el cuerpo del desgraciado.
Cada una arrancó un trozo y se retiró.
Luego, entró un hombre con bata blanca y
curó las heridas, siempre en silencio.
Frank sintió el sopor de la morfina que le
habían administrado y cerró los ojos. Casi estaba inconsciente cuando la mujer
volvió.
Tenía la boca llena de sangre y sonreía.
- No temas, esto no ha hecho más que
empezar, le dijo.
- Cada noche volveremos, hasta comerte
vivo.
Frank, no pudo más que derramar una lágrima
mientras la mujer se alejaba despacio.
Las noches y las curas fueron pasando,
hasta que Franck no tuvo ni piernas ni brazos.
Su última noche no hubo mujeres, lo habían
dejado tirado en un bosque cercano y unos lobos dieron cuenta de sus restos.
Por la mañana, la mujer, descolgó el
teléfono y llamó a Enric.
- Diga, respondió Enric tragando saliva.
- Ya sabes que necesito, dijo la mujer,
así que si no quieres ser nuestra cena, busca. Y rápido, Frank ya se nos ha
acabado.
Fin
Rafa Marín
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