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jueves, 31 de octubre de 2019

La cena ( relato corto)



Básicamente, su conducta, tachada por sus conocidos como locura autodestructiva, estaba regida por dos máximas.

La primera era no pensar en las consecuencias.

La segunda, justificar éstas, como algo inevitable.

Aquella mañana, tras una noche de drogas y sexo, salió con una idea en su perturbada mente. Debía encontrar a una persona afín y se era posible, fácil de inducir al sometimiento más absoluto. Ninguna de sus anteriores parejas aguantó más allá de su primer encuentro sexual. De hecho, sobre el piso de su apartamento todavía estaba el cadáver desmembrado y salvajemente torturado.

- De eso, ya me ocuparé más tarde, le gritó a la portera al salir.

Se dedicó a pasear despreocupadamente por las calles. La lluvia helada y el viento, hacía que su búsqueda fuera infructuosa, pero...

Mientras se refugiaba de un intenso chaparrón, la vio.

La mujer, de unos treinta años, lo miró un instante y luego el autobús arrancó, dejando en Frank, una sensación de pérdida.

Desde ese momento, tomo el autobús en esa parada a esa misma hora. Los días fueron pasando, pero nada, la mujer no parecía existir.

- ¿Y si fue un espejismo? Comenzó a dudar.

Pero en su mente se decía, mañana es el último intento.

Por fin, un día, perdida toda esperanza y cansado de buscar, volvió a su territorio de caza.

Se entretuvo uno o dos días, no lo podía determinar con seguridad, con una mujer. Había consumido tanta cocaína que todo parecía moverse a cámara lenta. Su brutalidad alcanzó límites insospechados y cuando al fin acabó con su víctima, sintió algo parecido al asco sobre sí.

Mirar el cuerpo torturado y mutilado, no le provocó placer, casi no recordaba cómo pasó todo y se recomendó, no consumir drogas durante las sesiones de sus macabras aficiones.

Mientras descuartizada los restos de aquella desgraciada, le vino el recuerdo de la mujer en la ventanilla del autobús. 

Introdujo los restos del cadáver en su cubeta especial, allí, estaría un par de semanas y luego, a través de un desagüe especial, al colector del alcantarillado, todo quedaría diluido en la inmensidad de los restos de la ciudad.

Se aseó y una vez listo, fue a ver a su camello, necesitaba "provisiones" se dijo con una sonrisa.

La persona que le facilitaba las drogas, lo recibió, como se recibe a un buen amigo, feliz y confiado.

Después de un par de copas y de darle un tiento a la cajita de los polvos, Frank, se sintió en la necesidad de contar su fantasía con la desconocida del autobús. 

Enric, lo miró con detenimiento, conocía a su cliente e intentando no airarle, preguntó.

- ¿no sería fruto de tu imaginación?

- ¿Sabes?, respondió Frank, podría describir cada línea de su cuerpo desnudo.

- ¿Con solo verla un instante?

- Imagino su entrega a la tortura, el sabor de su sangre en mi boca, es algo que me mortifica.

- Bueno, dijo Enric suspirando, sólo es una mujer, al final, todas son iguales.

Frank, lo miró extraño, mientras se preparaba otra ralla de cocaína y mirando muy serio, le dijo.

- Los seres inferiores como tú, no lo podéis entender. Yo vi sus ojos, su mirada sin miedo y su oscura pasión. Pero ya no está y eso me tortura, he perdido el gusto por la tortura. Quisiera olvidarla, volvería a ser yo, un dios entre corderos.

El timbrazo del portero automático sobresaltó a Enric.

- Un momento, dijo este, lo despacho y vuelvo.

- Ve, dijo Frank, volviendo a esnifar otra ralla de coca.

Un instante después, entró Enric.

- Es una cliente especial, ¿te importa que te vea? Dijo con temor.

Frank, que ya había consumido mucha droga, contesto encogiéndose de hombros.

Al poco, una mujer entró en la habitación.

Frank, no dio crédito a lo que veía, era la mujer.

Esta, lo miró y sonriendo le dijo.

- No te vayas a ir, acabamos el negocio y estoy aquí.

Los pocos minutos en los que Enric y la mujer, estuvieron hablando, a Frank, se le hicieron interminables.

Por fin, la mujer, entrando en el cuarto, dejó caer una bolsa llena de algo color marfil y dijo:

- Prueba esto, verás que bueno.

De la mente de Frank, desapareció Enric y todo demás.

Preparó dos rallas y la mujer le dijo:

- No seas tacaño, estoy excitada, mientras ponía más cantidad.

Sacando un pequeño tubo de oro, esnifó una de las rallas de la droga, su mirada se volvió diabólica, pero Frank no la vio.

Frank, se inclinó esnifó también de la droga y sintió que se le dormía parte de la cara.

- Uff, dijo sonriendo.

La mujer, acariciándole una mano, sonrío y se sentó a su lado.

- ¿Te gusta? Dijo a Frank.

- ¿Qué es? Preguntó.

- Es un placer reservado a los dioses, ¿te apetece ser un dios esta noche?

Luego, tomando la bolsa, se levanto y lo invitó a seguirla.

Frank, era incapaz de pensar, tomó su droga, la guardo en un bolsillo y siguió a la mujer. En ningún momento pensó en Enric, hizo mal.

Al cerrarse la puerta, Enric, blanco como la cera, se sentó en el sofá y sólo después de consumir 2 gr de cocaína, recuperó la valentía para abrir la bolsa de piel que le había entregado la mujer.

Los ojos se le salieron de las órbitas, al menos o eso parecía, había 30 ó 40 fajos de billetes de 500 €.

En ese mismo instante, dejo de preocuparse por Frank.

Frank, acompañando a la mujer, subió al automóvil de ésta, había recuperado la sensibilidad de la cara y estaba excitado, tanto que la mujer lo miraba y maliciosa, pasó la mano por lado abultada zona de la entrepierna. 

- Mmmm, dijo mirándolo. 

Frank, tocó el muslo de la pierna derecha de la mujer, pero la retiró como tocado por un rayo.

La mujer lo miró otra vez y Frank sintió mareo.

Asustado, intentó abrir la puerta del vehículo, pero le fallaron las fuerzas. Perdió el conocimiento.

Sintió que lo sumergían en sangre, que unos dedos dislocados y unos labios rotos lo besaban, sintió miedo, mucho miedo y despertó. 

Estaba tumbado sobre una mesa larga y ornamentada. Tanto a su cabeza como a sus pies, dos enormes candelabros iluminaban la estancia.

Paredes llenas con cuadros de hermosas mujeres desnudas. Algunos muebles de roble rojo brillante y un techo sumido en las sombras.

Notó que no podía moverse, pero sentía el tacto de la mesa, sus ojos  se movían buscando, sin saber qué.

Se abrió un puerta, pero no pudo ver quienes entraban, sólo le llegó el susurro de unas pisadas sobre el piso de la habitación, como de pies descalzos.

Volvió a intentar moverse, nada.

Como un sueño, ante sus ojos se mostraron cuatro figuras ocultas por negras capas con capucha. Una de ellas se descubrió, era la mujer, su mirada estaba llena de deseo, como una represa a punto de rebosar. Se desprendió de la vestimenta dejando la perfecta belleza de su cuerpo desnudo ante los ojos de Frank. Éste, sonrió aturdido, pero la mirada de la mujer, lo atrapaba.

- Tranquilo, le susurro al oído, todo está bien.

La mujer con un gesto señaló a las demás figuras, mientras todas se desnudaban.

- Amadas, dijo la mujer, la cena está servida.

Luego riendo con maléfica carcajada, volvió a dirigirse a Frank.

- No puedes moverte, la droga que te hemos inoculado lo impide, pero sentirás el dolor.

Las cuatro mujeres se acercaron más y abriendo sus bocas, mordieron el cuerpo del desgraciado.

Cada una arrancó un trozo y se retiró.

Luego, entró un hombre con bata blanca y curó las heridas, siempre en silencio.

Frank sintió el sopor de la morfina que le habían administrado y cerró los ojos. Casi estaba inconsciente cuando la mujer volvió.

Tenía la boca llena de sangre y sonreía.

- No temas, esto no ha hecho más que empezar, le dijo.

- Cada noche volveremos, hasta comerte vivo.

Frank, no pudo más que derramar una lágrima mientras la mujer se alejaba despacio.

Las noches y las curas fueron pasando, hasta que Franck no tuvo ni piernas ni brazos.

Su última noche no hubo mujeres, lo habían dejado tirado en un bosque cercano y unos lobos dieron cuenta de sus restos.

Por la mañana, la mujer, descolgó el teléfono y llamó a Enric.

- Diga, respondió Enric tragando saliva.

- Ya sabes que necesito, dijo la mujer, así que si no quieres ser nuestra cena, busca. Y rápido, Frank ya se nos ha acabado.



Fin

Rafa Marín 




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