Levantó la mirada, la tarde declinaba y
haciendo pantalla con una mano, miró al horizonte.
- Es hora, dijo. Luego, recogió su capazo y caminó por el campo.
Llegó al camino de albero, con ese color amarillo tan característico y comenzó a silbar una alegre cancioncilla de su niñez.
Se sentía cansada, pero su naturaleza, la invitó a caminar con paso vivo.
El sol a su espalda, dibujaba una sombra alargada delante de ella y sin saber porqué, inició unos pasos de baile. Empezó a sentirse bien, imaginaba que era Alicia, y que volvía al hogar tras su largo viaje.
- Los campos están preparados, pensó. Va a ser un otoño muy bonito.
Dejo el camino y se acercó a la acequia, miró el brillo del sol en su corriente y comenzó a reír a carcajadas.
- Estoy loca, dijo con un murmullo.
Pero la soledad circundante, por una vez, no le provocaba inquietud.
Aquí y allá, el canto de los pájaros, el susurro de la brisa en los álamos, el pulso de la vida, le parecieron un paraíso. Una lágrima resbaló por su mejilla, sentía la tierra como algo vivo y se sintió en comunión con ella.
- Ahora, me pongo a llorar, pero que tonta estoy, se dijo, mientras la risa afloraba otra vez.
- ¡Ay! Me hago mayor.
De vuelta al camino se detuvo frente a una pequeña flor de pétalos amarillos.
- Eres tan hermosa como un sol, dijo a la margarita.
Alargó la mano, pero la retiró rápidamente, no podía cortarla. Sería una crueldad.
Se sentó en el suelo, la miró con dulzura. Se sintió cansada otra vez.
Miró otra vez al horizonte, la tarde ya estaba muy avanzada, pero hoy no tenía prisa. Era una hermosa tarde de otoño y quería disfrutarla.
Pensó en su vida, en sus seres queridos, familia, hijos, amigos.
Se tumbó y se quedó mirando al cielo de un azul intenso. Cerró los ojos y se durmió.
La puerta de la sala de espera se abrió. Bajo la luz lechosa de los fluorescentes, las miradas de todos evidenciaban lo inevitable.
La enfermera, con un gesto delicado les invitó a seguirla.
Todos rodearon la cama, en ella, una anciana les miró con una sonrisa.
- Pero, vaya caras. Le interpeló.
- Si hace una preciosa tarde de otoño, ¿no veis los campos que están esperando?
Luego cerró los ojos y pensó en aquel camino amarillo, el cielo azul y la pequeña flor, que estaba a su lado.
- Es hora, dijo. Luego, recogió su capazo y caminó por el campo.
Llegó al camino de albero, con ese color amarillo tan característico y comenzó a silbar una alegre cancioncilla de su niñez.
Se sentía cansada, pero su naturaleza, la invitó a caminar con paso vivo.
El sol a su espalda, dibujaba una sombra alargada delante de ella y sin saber porqué, inició unos pasos de baile. Empezó a sentirse bien, imaginaba que era Alicia, y que volvía al hogar tras su largo viaje.
- Los campos están preparados, pensó. Va a ser un otoño muy bonito.
Dejo el camino y se acercó a la acequia, miró el brillo del sol en su corriente y comenzó a reír a carcajadas.
- Estoy loca, dijo con un murmullo.
Pero la soledad circundante, por una vez, no le provocaba inquietud.
Aquí y allá, el canto de los pájaros, el susurro de la brisa en los álamos, el pulso de la vida, le parecieron un paraíso. Una lágrima resbaló por su mejilla, sentía la tierra como algo vivo y se sintió en comunión con ella.
- Ahora, me pongo a llorar, pero que tonta estoy, se dijo, mientras la risa afloraba otra vez.
- ¡Ay! Me hago mayor.
De vuelta al camino se detuvo frente a una pequeña flor de pétalos amarillos.
- Eres tan hermosa como un sol, dijo a la margarita.
Alargó la mano, pero la retiró rápidamente, no podía cortarla. Sería una crueldad.
Se sentó en el suelo, la miró con dulzura. Se sintió cansada otra vez.
Miró otra vez al horizonte, la tarde ya estaba muy avanzada, pero hoy no tenía prisa. Era una hermosa tarde de otoño y quería disfrutarla.
Pensó en su vida, en sus seres queridos, familia, hijos, amigos.
Se tumbó y se quedó mirando al cielo de un azul intenso. Cerró los ojos y se durmió.
La puerta de la sala de espera se abrió. Bajo la luz lechosa de los fluorescentes, las miradas de todos evidenciaban lo inevitable.
La enfermera, con un gesto delicado les invitó a seguirla.
Todos rodearon la cama, en ella, una anciana les miró con una sonrisa.
- Pero, vaya caras. Le interpeló.
- Si hace una preciosa tarde de otoño, ¿no veis los campos que están esperando?
Luego cerró los ojos y pensó en aquel camino amarillo, el cielo azul y la pequeña flor, que estaba a su lado.
Fin
Rafa Marín
Rafa Marín
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