Como cada día de los últimos 5 días, se despertó con un mal sueño.
El viaje estaba siendo duro, demasiado duro.
- Muchos no lo terminaran, pensó, pero al fin y al cabo, tarde o temprano, moriremos todos.
El sol se filtraba por entre las copas de los árboles, pero pronto la selva acabaría, dejando paso a las abruptas montañas, esa era la peor parte. Un camino carente de agua y protección.
El que comandaba la partida, ordenó un alto. Miró a los niños y señaló a uno de ellos. Los hombres lo tomaron en brazos, como quien toma un trozo de madera rota.
El niño, estaba exhausto, en sus ojos llenos de miedo, brillaba la incomprensión. Se echó a llorar, se sentía indefenso e imaginaba su suerte.
El hombre miró al niño con infinita bondad.
- ¿Sabrás volver solo a tu casa?
- Puedo seguir, dijo entre sollozos.
El hombre cabeceó y respondió.
- Claro que si, luego alzó la voz y ordenó continuar la marcha.
Atiq, nuestro protagonista, se puso en pie, animando al resto de niños con su gesto.
Atiq, era un chico de apenas 10 años, demasiado alto para su edad y demasiado inteligente para no comprender, que cada década, llegaban los mensajeros y como quien recoge la cosecha, se llevaban a los chicos. Siempre varones, no menores de 6 años. Como nunca regresó ninguno, él suponía que iban destinados a una empresa de la que no sobrevivirían.
Según comentaban en su aldea, era un honor: partir para servir a los dioses, eso decían y eso acataban con la mansedumbre de las bestias de carga.
Pero, Atiq, no era un niño normal, siempre se le inculcó la creencia de que estaba destinado a ser un libertador, un guía y el fundador de una estirpe.
La selva raleaba y, el guerrero que comandaba a la singular partida, decidió que descansarían varios días allí. El sitio, sin ser de una belleza espectacular, contaba con una gran gruta, un arroyo y abundante leña y caza.
Se alimentaron y descansaron, se cazó y se preparó la caza, para que aguantara lo más posible.
Una vez dispuesto todo, se dio inicio a la penosa marcha, deberían caminar al menos tres semanas por estrechos y traicioneros caminos de montaña, hasta el primer punto con agua.
La comida y la bebida se racionaron hasta la crueldad.
Nadie hablaba, el peso que debían cargar, no dejaba espacio para la charla. El primer día, el del ascenso, aunque penoso, no dejo ni víctimas ni anécdotas, quizás la alegría de poder contarlo.
El niño que días atrás había llorado, aunque exhausto, mantenía cierta entereza. Los días de descanso y la comida, le dieron ese ánimo perdido.
Atiq, poco a poco se fue convirtiendo en el líder de los niños, siempre con su mano tendida y una sonrisa, hasta los guerreros sentían respeto por él, un niño de apenas 10 años.
El que comandaba esa expedición, era también un líder, curtido en el combate y sin duda valiente, audaz y decidido. Se llamaba Coatl.
Un día, ya mediada la travesía, mando llamar a Atiq y le invitó a caminar junto a él.
Poco a poco se fueron adelantando al resto, el camino discurría junto a unos precipicios insondables. Entonces, nada más pasar un cerrado giro, Coatl, empujó a Atiq, el cual cayo al fondo de una estrecha garganta.
Sus hombres lo miraron horrorizados y, uno preguntó el porqué.
Coatl, lo miró con tristeza y respondió.
- Estos niños viajan para ser sacrificados, Atiq, no merecía esa muerte.
La partida siguió y los niños encontraron su destino.
Coatl, se retiró y nunca más comandó una partida. Sin embargo, hay quienes dicen que murió intentando rescatar los restos de Atiq, un niño de apenas 10 años, que él mismo empujó al fondo de un abismo.
- Muchos no lo terminaran, pensó, pero al fin y al cabo, tarde o temprano, moriremos todos.
El sol se filtraba por entre las copas de los árboles, pero pronto la selva acabaría, dejando paso a las abruptas montañas, esa era la peor parte. Un camino carente de agua y protección.
El que comandaba la partida, ordenó un alto. Miró a los niños y señaló a uno de ellos. Los hombres lo tomaron en brazos, como quien toma un trozo de madera rota.
El niño, estaba exhausto, en sus ojos llenos de miedo, brillaba la incomprensión. Se echó a llorar, se sentía indefenso e imaginaba su suerte.
El hombre miró al niño con infinita bondad.
- ¿Sabrás volver solo a tu casa?
- Puedo seguir, dijo entre sollozos.
El hombre cabeceó y respondió.
- Claro que si, luego alzó la voz y ordenó continuar la marcha.
Atiq, nuestro protagonista, se puso en pie, animando al resto de niños con su gesto.
Atiq, era un chico de apenas 10 años, demasiado alto para su edad y demasiado inteligente para no comprender, que cada década, llegaban los mensajeros y como quien recoge la cosecha, se llevaban a los chicos. Siempre varones, no menores de 6 años. Como nunca regresó ninguno, él suponía que iban destinados a una empresa de la que no sobrevivirían.
Según comentaban en su aldea, era un honor: partir para servir a los dioses, eso decían y eso acataban con la mansedumbre de las bestias de carga.
Pero, Atiq, no era un niño normal, siempre se le inculcó la creencia de que estaba destinado a ser un libertador, un guía y el fundador de una estirpe.
La selva raleaba y, el guerrero que comandaba a la singular partida, decidió que descansarían varios días allí. El sitio, sin ser de una belleza espectacular, contaba con una gran gruta, un arroyo y abundante leña y caza.
Se alimentaron y descansaron, se cazó y se preparó la caza, para que aguantara lo más posible.
Una vez dispuesto todo, se dio inicio a la penosa marcha, deberían caminar al menos tres semanas por estrechos y traicioneros caminos de montaña, hasta el primer punto con agua.
La comida y la bebida se racionaron hasta la crueldad.
Nadie hablaba, el peso que debían cargar, no dejaba espacio para la charla. El primer día, el del ascenso, aunque penoso, no dejo ni víctimas ni anécdotas, quizás la alegría de poder contarlo.
El niño que días atrás había llorado, aunque exhausto, mantenía cierta entereza. Los días de descanso y la comida, le dieron ese ánimo perdido.
Atiq, poco a poco se fue convirtiendo en el líder de los niños, siempre con su mano tendida y una sonrisa, hasta los guerreros sentían respeto por él, un niño de apenas 10 años.
El que comandaba esa expedición, era también un líder, curtido en el combate y sin duda valiente, audaz y decidido. Se llamaba Coatl.
Un día, ya mediada la travesía, mando llamar a Atiq y le invitó a caminar junto a él.
Poco a poco se fueron adelantando al resto, el camino discurría junto a unos precipicios insondables. Entonces, nada más pasar un cerrado giro, Coatl, empujó a Atiq, el cual cayo al fondo de una estrecha garganta.
Sus hombres lo miraron horrorizados y, uno preguntó el porqué.
Coatl, lo miró con tristeza y respondió.
- Estos niños viajan para ser sacrificados, Atiq, no merecía esa muerte.
La partida siguió y los niños encontraron su destino.
Coatl, se retiró y nunca más comandó una partida. Sin embargo, hay quienes dicen que murió intentando rescatar los restos de Atiq, un niño de apenas 10 años, que él mismo empujó al fondo de un abismo.
Fin
Rafa Marín
Rafa Marín
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