No te quisieron las balas, Miguel.
Fue la maldad de tus carceleros,
los que te trataron con saña.
Tú, que eras cabrero y tu voz,
el canto vivo de las montañas:
jilguero y alondra y paloma,
que con amor extendió sus alas blancas.
No te querían vivo y de miseria,
llenaron tu entrañas.
Con ese hambre paciente,
que ni las cebollas calman.
Por leer en las yermas lomas,
tu padre, en tu espalda se desahogaba.
Que triste es la historia del hombre
y con que coraje la afrontaba.
Fuiste poeta y amante y lucha;
a los cirujanos, hasta los ojos entregabas.
Con hambre, escribiste mil nanas,
mientras ese mismo hambre,
a Manolito la vida le quitaba.
Que crueles las hordas incultas,
que ahogan en sangre las palabras,
desherdando a la tierra de poetas
y gente que amaba a su patria.
Rafa Marín
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