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viernes, 10 de mayo de 2019

Tres días ( relato corto)


Día 2

En la cafetería de la esquina, Stefan, se afana con los cafés y los "minis". Es joven, casi 20 años menos que yo. De vez en cuando se me queda mirando, supongo que le puede la curiosidad, un tío como yo, rodeado de mamis y sin prestarles atención, como un árbol añoso y solitario.

Hoy está distraído, como si algo le preocupara. Su compañera lo mira y mueve la cabeza. Los miro, me ven, sonreímos, pero Stefan, lo hace sin ganas. Es la 4° vez que mira por la ventana. Me pido otro café americano, ya saben, aguado y dulce. Sé que le ocurre a Stefan, como todos.

Ella aún no ha pasado, no sabe que nunca más va a pasar y nadie se atreve a decírselo. Ayer, casi a las cuatro de la tarde, ella dijo basta y saltó. Era joven y guapa, una chica bien, sin problemas ni traumas. Dicen que se cansó del silencio de su habitación.



Día 1

La mañana despierta soleada y húmeda, el verano tiene prisa y Anna también. Aparece torciendo la esquina, con su vestido corto y su melena despeinada. Hace años que no es feliz, pese a su juventud, su belleza y familia. Pasa como un reflejo por la cristalera de la cafetería.

Stefan sonríe al verla y como si todo fuera perfecto, agacha la cabeza y se aplica con los "minis", nos conoce tanto, es capaz de adivinar que vamos a comer. Siempre le dejamos acertar, una inocente concesión para con quien cada mañana nos da de desayunar. Le imagino junto a Anna.

A las tres, Stefan se marcha a su casa, le esperan su madre y un perro ciego al que ha de pasear. Estamos de tertulia, me sorprende ver gente correr, nos asomamos a la entrada de la cafetería, al fondo de la calle se ve gente. Nos acercamos y, ahí está Anna, rota.



Día 3

Me levanto perezosamente, hoy la mañana no es brillante, no huele a mar, parece que el invierno se ha instalado de nuevo en la ventana. Desayuno en la cocina, solo. Hoy no hay bar de la esquina, ni Stefan, ni Anna pasando triste y despeinada. Abro la ventana y todo es silencio.

Me ducho y me visto de riguroso negro, mientras bajo a la calle, pienso. ¿Qué hará Stefan? Me sorprendo al verlo plantado en la esquina, me ve y se acerca despacio, no parece joven. Sus ojos están rotos por el llanto, me alarga unas flores y se marcha en silencio, como una sombra.

El funeral, es curioso, cuando muere alguien tan joven, no hay palabras de consuelo, sólo la tristeza, que se aferra a cada una de las personas presentes. Me acerco al ataúd y dejo sobre el pecho de Anna las flores de Stefan, todos saben que son de él, hasta Anna.

Fin

Rafa Marín


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