Nació, quizás porque no quedó más remedio; prematuro y dicen que más chico que las alpargatas de su padre. Como nadie pensó que fuera a vivir, le dieron lo justo para no parecer inhumanos, pero ya que nació, quizás puso el suficiente empeño en seguir viviendo. Pronto se acostumbró a perseguir el alimento por los campos, huevos de perdiz o de lagarto o de gallinas ajenas, pero esos los pagaba muy caros. De sus primeros años recuerda la soledad infinita del campo y el río que lo mantenía alejado de la sociedad; y los palos. Las noches de paz, las pasaba acurrucado en un jergón de lana y las otras, subido a un viejo olivo, mirando las estrellas y llorando. Se hizo pedernal a los catorce y a los dieciséis salió volando. Conoció mundo, culturas y sobre todo humanidad y hambre, pero vivió. Aprendió a confiar a los treinta y tantos, una noche de mayo. Se perdió en unos ojos y que le dieron lo que le negaron todos. De sus vivencias, que contar; vivió de la humanidad lo peor y lo más malo, también conoció la amistad verdadera y el poder de la lealtad. Dicen, que no duerme tranquilo, que cada noche se despierta gritando y buscando bajo la almohada, pero que basta una mirada para calmarlo. Dicen que por todo se queja y que tiene mirada de diablo; pero claro, eso solo lo dicen quienes lo tienen muy cerca. Yo, quisiera decir de él, que es un buen amigo, pero sé, que sólo le queda uno y se llama Antonio. Sé, que el resto se quedó por los caminos y que tarde o temprano en ellos los encontrará.
FIN
Rafa Marín
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