Silenciosa se deslizaba en la penumbra del largo pasillo, nadie se percataba de su presencia, pero ahí estaba. Un bebé, señaló en su dirección y rompió a llorar, pero nadie prestó atención. Siguió avanzando hasta desaparecer en la oscuridad del fondo; como una sombra.
Los días pasaban y las fiestas de bienvenida dejaron de realizarse; la paz invadía cada rincón de la vieja mansión, sólo el bebé y el perro se mostraban a ratos un poco inquietos, cosas de niños y cosas de perros dijeron todos. Nadie quería prestar mucha atención a aquella presencia.
Pronto comenzaron a notarse cosas; discusiones cada vez más abruptas, cosas que cambiaban de sitio, pero como al principio, sólo el bebé y el perro llamaban a la atención sobre ello. Una noche, un desgarrador grito recorrió la casa como un vendaval agónico.
Se encendieron luces y todos corrieron hasta la habitación de la abuela. Allí estaba, sentada y sonriendo. Preguntas y más Preguntas, sin respuestas, sólo la sonrisa de la anciana y su mirada perdida.
Todos temían lo peor, nadie quería volver a cambiar de casa.
Los gritos a intespectivas horas se hicieron más frecuentes y todos callaban la sombra que revolotean sobre sus cabezas. Aquella noche se reunieron todos en la biblioteca, tenían que hablar. El bebé señalando a un punto lloraba y el perro comenzó a aullar.
Nadie veía nada, pero notaban esa sombra, esa presencia que los estrangulaba. La abuela se puso en pie y gritó al rincón:
"Vete, fuera d aquí remordimiento, aquello pasó hace mucho y nadie tuvo la culpa"
Fue como si una luz se hubiese encendido, la sombra desapareció.
Fin
Rafa Marín
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