Hay un silencio bajo nuestros pies, la hierba está húmeda y alta, viva y verde. A un lado el camino de tierra roja, como una sangrante herida, serpentea. Nadie habla, es una norma que todos respetan; miramos como miran los faros de un acantilado, escrutando impasibles. Todos los ángulos están cubiertos, pero el peligro está ahí, siempre en frente. Llevamos tres días de patrulla y no hemos contactado con la línea enemiga, no podemos relajarnos; no fumamos y comemos mientras seguimos caminando. Ayer pudimos dormir un poco, dos horas entre guardia y guardia, en total seis. El sol comienza a calentar y eso nos da ánimos, alguna sonrisa asoma en nuestras caras al abandonar la vanguardia. Algo alerta al grupo avanzado, se levanta un puño y nos tumbamos en el suelo. Nervios y caras tensas. Se oye un motor, al principio es un rumor lejano, luego va aumentando y vemos la polvareda. Nos alineamos a un lado del camino, a unos cien metros el grupo de retaguardía cruza y cierra la trampa. Esperamos ocultos, aparece el vehículo, es un autobús, pero nunca se sabe. Lo dejamos pasar sin que nos vean, al instante se oye el siguiente motor. Nuestro teniente mira y cabecea, el primero era un señuelo, ahora viene el premio. Son tres unidades, un TOAT y dos camiones. Pasa el oruga, al poco una granada lo revienta y nosotros disparamos a los camiones, hay gritos de agonía y dolor; un infierno. No han tenido ninguna oportunidad, recorremos los vehículos y rematando a los heridos graves, hay dos soldados ilesos, son casi niños. Tienen suerte, los maniatamos y a toda prisa iniciamos el regreso. Ahora la marcha es forzada, no tardarán en ser alertados, en el autobús había gente y ellos daran la alarma. Se hace de noche, no nos detenemos y los prisioneros caen al suelo, los levantamos a patadas, no pueden retrasamos, por un segundo me dan pena, es sólo eso, un segundo y una mirada, nos harían lo mismo si nos apresan. La noche se hace interminable y agotadora, al amanecer, el grupo avanzado ha encontrado un refugio; cuatro grandes rocas rodeadas de arbolada. Antes de descansar preparamos una línea de defensa, los dos chicos caen otra vez al suelo, está vez no hay patadas, sólo comprensión y un poco de comida y agua, el agua es nuestra vida. Pasamos el día durmiendo por turnos, el repliegue se hará en la oscuridad, es más seguro y más rápido. Me toca el grupo avanzado, somos sombras entre las sombras, mataría por un cigarro, el paso es ligero, cada día que pasa las mochilas pesan menos y nosotros también. Estamos a unos pocos kilómetros de nuestra línea, pero hay mucho movimiento, el camino no es seguro, vamos campo a traviesa, somos como una manada de lobos que vuelve a su guarida. El amanecer no trae refugio, sólo una pequeña hondonada y cuatro matorrales ralos y espinosos. Lo chicos ya no miran como niños, parecen espectros desleidos en la niebla; saben que serán interrogados y que para ellos no habrá piedad. Uno salta como un gamo, es derribado de forma brutal y apaleado como un perro desobediente. El otro rompe a llorar, una bofetada lo silencia, si nos descubren ahora estamos listos. Llega el atardecer, bebemos agua, ya no comemos, el grupo de rastreo a regresado, sólo hay un estrecho pasillo, pero parece una trampa, se acuerda un rodeo de casi 50 kilómetros, la cosa se ha complicado y llevamos prisioneros, no podemos arriesgar. El chico apaleado nos mira con odio, pero sabe que a la mínima lo mataremos, tenemos otro y seguro que hablará. La marcha es fatigosa y no nos damos ningún descanso. Empieza a amanecer, un todo terreno recorre veloz la línea del horizonte, es de los nuestros, se oye un rugido y salta por los aires, hay carros de combate delante nuestro, parece una compañía reducida, cuatro carros y un vehículo de coordinación. Nos detenemos, para esto no tenemos armamento, alguien habla con un susurro a los prisioneros, al mínimo ruido morirán. Nos desviamos a la derecha, por suerte el enemigo se despliega hacia la izquierda. Estamos felices, se hace la primera comunicación por radio en cinco días, se dictan coordenadas y contraseña ; estamos de buen humor, una hora de marcha y listos, volvemos todos, y la misión a sido "fácil".
Corremos como liebres desesperadas, un chico cae, lo levantamos y lo llevamos a rastras.
Un silbido...al suelo...la explosión me tira de espaldas.
Estoy aturdido, no oigo el siguiente silbido, las explosiones son como una corta granizada. No levantamos y seguimos corriendo, el chico apaleado se tira al suelo, lo miro, le apunto y lo mato. Demasiada insistencia, demasiado valor, demasiado orgullo. Vemos las caras de nuestros camaradas, sonrío, algo me golpea la espalda, caigo, me quiero levantar, otro golpe.
Abro los ojos, estoy en una gran tienda, hay muchos hombres en ella, sólo cuatro estamos en camilla.
Hay cierta felicidad despechada entre los que nos miran, nos retiran del sector, los prisioneros murieron, uno lo maté yo, el otro, arrebató el arma al radio operador y antes de ser abatido nos disparó, mató a cinco e hirió a cuatro.
Me dicen que para mí se acabó la campaña, tardaré meses en ser operativo, tengo suerte.
Rafa Marín