Amarga se levanta,
como las últimas 400,
esta mañana de lluvia
y de persistente niebla.
Sin canas que mojar,
en ese café amargo,
como su mala conciencia.
Algo que la ducha ya,
no puede ni quiere lavar.
Sudores que son engaños,
por cuatro pesos que ganar,
para alimentar ese diablo,
que en sus venas pide más.
Y se sienta mientras piensa,
en aquella dulce princesa,
que una tarde fue a encontrar
la perdición,
convertida
convertida
en vaso con sabor a libertad.
Rafa Marín
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