A tus manos repletas de redaños
en las que habitan como frutos
las eternas durezas de los callos.
A tu piel cuarteada por los años,
siempre expuesta a los sudores
que cada noche borras en el baño.
A tus ojos y su mirada sin engaños,
que a la luz mortecina del pebetero
van zurciendo esos ajados paños.
A tu alma y corazón y desengaños,
que curtieron tu pecho con amores
olvidados hace mucho como extraños.
Rafa Marín
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