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jueves, 31 de octubre de 2019
La cena ( relato corto)
miércoles, 30 de octubre de 2019
A Miguel Hernández
martes, 29 de octubre de 2019
Se filtra la luz
tomo tu mano y río.
¿Quién no querrá estas penas,
domingo, 27 de octubre de 2019
Imagínate
sábado, 26 de octubre de 2019
Se marchó
viernes, 25 de octubre de 2019
16 años
domingo, 20 de octubre de 2019
Celestes esferas
Aquí
No me pregunto
Salgo al camino corriendo,
martes, 15 de octubre de 2019
La matanza ( relato corto)
lunes, 14 de octubre de 2019
La brisa
y en tu pelo que es marea,
alentando a mis ojos,
que ya te esperan.
Hay en las palomas
y en su fugaz vuelo,
toda esa gracia
de tu mirada que pestañea.
A veces sólo consuelo
y otras, una verdad,
que no me engaña.
La brisa que es huracán
y su ojo que es la paz
de mi canto que llama.
Se rompe
Se rompe el horizonte y,
entre nubes se destaca,
pintando rojos y ámbar,
en un espejo sin fondo,
que de ausencias me habla.
Sobre mi sonrisa tu antojo,
una sed que nadie calma,
para vencer al viejo padecer,
que callado se lleva mi alma.
Rae el tiempo mi piel,
son uñas que en mí se clavan,
surcos bañados en rojo,
cuando del mediodía pasan.
Quizás nadie sepa entender,
esta triste voz que clama,
un canto donde prender,
las cenizas en nuevas llamas.
Rafa Marín
viernes, 11 de octubre de 2019
La monja ( relato corto)
Una noche, mientras rezaba, oyó el choque de metal contra metal.
- Un duelo a espadas, pensó.
Así, que se encaramó al ventanuco y miró hacia el callejón.
Al fondo, casi invisibles, dos sombras luchaban en silencio. Sólo el choque de las hojas y las diminutas chispas que despertaban, le dieron la seguridad.
De pronto, un gemido escapó de una sombra al caer y la pobre mujer, sintió que en su pecho algo nacía.
Fue como una explosión que recorrió desde su interior toda su piel y su alma.
Imaginó dos amantes que sus encantos se disputaban, dos gallardos caballeros, dos hombres de una pieza y buena planta.
¿Pero, qué hacer? Ahí, en su celda cautiva, desde la edad más temprana, la mujer, nerviosas, con sus manos en el pecho entrelazadas, medita.
Va al cajón de su escritorio y tomando el cortaplumas, la cerradura asalta y con un glorioso clic, la puerta se libera.
Recorre a oscuras, pasillos que no recuerda, solo el eco imaginario del gemido la guía y por azar, a la puerta del convento su instinto la lleva.
Otra cerradura más, otra atadura que desatar. Mira al rededor, busca y desespera, recorriendo el cruel muro que la encierra. Al poco, en la umbría de un rincón, una puerta pequeña. No tiene cerradura, sólo un pequeño cerrojo que desde dentro se cierra.
Sonríe y maliciosa, toma el mismo en sus manos y abre la puerta. Al otro lado más oscuridad, apoyando la mano en el muro, camina casi a tientas, tuerce la esquina y, ese que aparece no es su callejón.
La luna despunta sobre la línea de cipreses y, ahora sí. Ante ella la visión que cada noche la desvela. Al fondo sigue la sombra caída. Ella, temerosa se acerca y en cada paso, el corazón se le acelera.
Entre temblores, se arrodilla ante el caído y le susurra.
- Mi señor, ¿ aún vivís?
El caballero abre un ojo, sonríe con tristeza y clama.
- Por fin, mi dulce Oía, tiende tu mano y junto a ti, bajaré sin temor al Hades.
Dicho esto, el joven duelista, exhala su último aliento.
La luna alcanza su cenit, y unos curiosos que pasan al ver la escena, caen de rodillas y entre grandes plegarias a Dios, suplican el perdón para sus vidas.
La monja temiendo ser reconocida, huye por donde vino.
Penetra de nuevo en el convento y mientras busca su celda, frente a un ventanal, ve su reflejo en un espejo. Se detiene y llora.
Entra en su celda y jura nunca más salir de ella.
Cuenta la leyenda que al día siguiente, hallaron su cadáver al pie del ventanuco. Al parecer pereció al caer de espaldas, golpeándose la cabeza.
Sor Candelaria, encontró al fin la paz, tras pasar 80 años encerrada en aquella celda.
Rafa Marín
Los hombres como yo
no nos quedan amigos,
nos los quitó la vida,
como el otoño se lleva
las hojas caídas.
A los hombres como yo,
nos ata la necesidad
de seguir como vivos,
pese a la desesperanza,
los miedos y los olvidos.
A los hombres como yo,
no nos queda ya nada,
quizás lo que hoy sentimos.
A los hombres como yo,
no los quieren las mujeres,
demasiado corazón,
para tan pocos placeres.
Perros que ladran en el callejón,
envueltos de luna y ayeres.
A los hombres como yo,
los visita la soledad,
Un eterno siempre purgar,
por que una vez fuimos jóvenes.
jueves, 10 de octubre de 2019
Ventosa tarde
de cielos cubiertos. ¡Ay!
no deja atrás el miedo.
¿Qué podría darte,
sino este amor verdadero,
que me lleva a besarte,
con poemas sinceros?
Quizás la voz se parte,
o mis ojos casi ciegos,
no tienen mucho de arte,
pero si mucho de respeto.
El sacrificio ( relato corto)
- Muchos no lo terminaran, pensó, pero al fin y al cabo, tarde o temprano, moriremos todos.
El sol se filtraba por entre las copas de los árboles, pero pronto la selva acabaría, dejando paso a las abruptas montañas, esa era la peor parte. Un camino carente de agua y protección.
El que comandaba la partida, ordenó un alto. Miró a los niños y señaló a uno de ellos. Los hombres lo tomaron en brazos, como quien toma un trozo de madera rota.
El niño, estaba exhausto, en sus ojos llenos de miedo, brillaba la incomprensión. Se echó a llorar, se sentía indefenso e imaginaba su suerte.
El hombre miró al niño con infinita bondad.
- ¿Sabrás volver solo a tu casa?
- Puedo seguir, dijo entre sollozos.
El hombre cabeceó y respondió.
- Claro que si, luego alzó la voz y ordenó continuar la marcha.
Atiq, nuestro protagonista, se puso en pie, animando al resto de niños con su gesto.
Atiq, era un chico de apenas 10 años, demasiado alto para su edad y demasiado inteligente para no comprender, que cada década, llegaban los mensajeros y como quien recoge la cosecha, se llevaban a los chicos. Siempre varones, no menores de 6 años. Como nunca regresó ninguno, él suponía que iban destinados a una empresa de la que no sobrevivirían.
Según comentaban en su aldea, era un honor: partir para servir a los dioses, eso decían y eso acataban con la mansedumbre de las bestias de carga.
Pero, Atiq, no era un niño normal, siempre se le inculcó la creencia de que estaba destinado a ser un libertador, un guía y el fundador de una estirpe.
La selva raleaba y, el guerrero que comandaba a la singular partida, decidió que descansarían varios días allí. El sitio, sin ser de una belleza espectacular, contaba con una gran gruta, un arroyo y abundante leña y caza.
Se alimentaron y descansaron, se cazó y se preparó la caza, para que aguantara lo más posible.
Una vez dispuesto todo, se dio inicio a la penosa marcha, deberían caminar al menos tres semanas por estrechos y traicioneros caminos de montaña, hasta el primer punto con agua.
La comida y la bebida se racionaron hasta la crueldad.
Nadie hablaba, el peso que debían cargar, no dejaba espacio para la charla. El primer día, el del ascenso, aunque penoso, no dejo ni víctimas ni anécdotas, quizás la alegría de poder contarlo.
El niño que días atrás había llorado, aunque exhausto, mantenía cierta entereza. Los días de descanso y la comida, le dieron ese ánimo perdido.
Atiq, poco a poco se fue convirtiendo en el líder de los niños, siempre con su mano tendida y una sonrisa, hasta los guerreros sentían respeto por él, un niño de apenas 10 años.
El que comandaba esa expedición, era también un líder, curtido en el combate y sin duda valiente, audaz y decidido. Se llamaba Coatl.
Un día, ya mediada la travesía, mando llamar a Atiq y le invitó a caminar junto a él.
Poco a poco se fueron adelantando al resto, el camino discurría junto a unos precipicios insondables. Entonces, nada más pasar un cerrado giro, Coatl, empujó a Atiq, el cual cayo al fondo de una estrecha garganta.
Sus hombres lo miraron horrorizados y, uno preguntó el porqué.
Coatl, lo miró con tristeza y respondió.
- Estos niños viajan para ser sacrificados, Atiq, no merecía esa muerte.
La partida siguió y los niños encontraron su destino.
Coatl, se retiró y nunca más comandó una partida. Sin embargo, hay quienes dicen que murió intentando rescatar los restos de Atiq, un niño de apenas 10 años, que él mismo empujó al fondo de un abismo.
Rafa Marín
miércoles, 2 de octubre de 2019
Hola, Mamá
Un último minuto a tu lado,
aunque parezca poco tiempo,
por ese instante,
todo lo hubiera dado.
Pero tenías prisa y partir,
fue como habíamos quedado,
salir corriendo y sin lamentos,
que ya la vida de eso llenamos.
Que rápido pasa el tiempo,
que cruel, tus ojos azules,
siempre temí olvidarlos.
Rafa Marín
La tarde ( relato corto)
- Es hora, dijo. Luego, recogió su capazo y caminó por el campo.
Llegó al camino de albero, con ese color amarillo tan característico y comenzó a silbar una alegre cancioncilla de su niñez.
Se sentía cansada, pero su naturaleza, la invitó a caminar con paso vivo.
El sol a su espalda, dibujaba una sombra alargada delante de ella y sin saber porqué, inició unos pasos de baile. Empezó a sentirse bien, imaginaba que era Alicia, y que volvía al hogar tras su largo viaje.
- Los campos están preparados, pensó. Va a ser un otoño muy bonito.
Dejo el camino y se acercó a la acequia, miró el brillo del sol en su corriente y comenzó a reír a carcajadas.
- Estoy loca, dijo con un murmullo.
Pero la soledad circundante, por una vez, no le provocaba inquietud.
Aquí y allá, el canto de los pájaros, el susurro de la brisa en los álamos, el pulso de la vida, le parecieron un paraíso. Una lágrima resbaló por su mejilla, sentía la tierra como algo vivo y se sintió en comunión con ella.
- Ahora, me pongo a llorar, pero que tonta estoy, se dijo, mientras la risa afloraba otra vez.
- ¡Ay! Me hago mayor.
De vuelta al camino se detuvo frente a una pequeña flor de pétalos amarillos.
- Eres tan hermosa como un sol, dijo a la margarita.
Alargó la mano, pero la retiró rápidamente, no podía cortarla. Sería una crueldad.
Se sentó en el suelo, la miró con dulzura. Se sintió cansada otra vez.
Miró otra vez al horizonte, la tarde ya estaba muy avanzada, pero hoy no tenía prisa. Era una hermosa tarde de otoño y quería disfrutarla.
Pensó en su vida, en sus seres queridos, familia, hijos, amigos.
Se tumbó y se quedó mirando al cielo de un azul intenso. Cerró los ojos y se durmió.
La puerta de la sala de espera se abrió. Bajo la luz lechosa de los fluorescentes, las miradas de todos evidenciaban lo inevitable.
La enfermera, con un gesto delicado les invitó a seguirla.
Todos rodearon la cama, en ella, una anciana les miró con una sonrisa.
- Pero, vaya caras. Le interpeló.
- Si hace una preciosa tarde de otoño, ¿no veis los campos que están esperando?
Luego cerró los ojos y pensó en aquel camino amarillo, el cielo azul y la pequeña flor, que estaba a su lado.
Rafa Marín