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miércoles, 24 de julio de 2019

Las Lamias ( relato corto)


Desde su más tierna infancia, sus padres se lo habían inculcado, pero mientras miraba amorosamente a la pequeña flor, se preguntaba el porqué. Los animales del bosque nunca le rehuían, es más, cada mañana la alondra se acercaba y con su canto le despertaba.

Una mañana de verano, mientras se acercaba al remanso perezoso que el río dibujaba entre abruptos acantilados y una pequeña playa escondida entre los sauces centenarios, vio como una joven se desnudaba y se metía en el agua.

Se ocultó y desde las aneas la miró, era tal la belleza y perfección de su cuerpo, que quedó paralizado de amor.

La chica, después del baño, se quedó tumbada un rato al sol, luego se vistió y desapareció entre la fronda.

Él, recuperado ya de su éxtasis, disfrutó de su baño, pero en su mente la belleza y juventud de la mujer, se negaban a pasar al olvido.

Durante la noche, incapaz de conciliar el sueño, trazó un plan y así, feliz se durmió al fin.

Se levantó temprano, tanto que la alondra no llegó a su cita diaria, desayunó con prisas y sin decir nada, se dirigió a su rincón en el río.

Se ocultó y pacientemente esperó. Para su sorpresa, a la misma hora que el día anterior, apareció la joven, pero ... ¡Oh! Sorpresa, la acompañaba otra chica. Ambas, desnudas y hermosas se lanzaron al agua y chapotearon entre risas y juegos. Al final, tendidas en la playita, se amaron entre caricias e impúdicos besos.

Por un momento, él, pensó en salir de su escondite, pero prefirió no interrumpir la magia que rodeaba aquel momento.

Se sintió confuso al principio, pero al recordar horas más tarde aquella visión de dos mujeres amándose, decidió que debía dejar su timidez y actuar.

Al día siguiente se volvió a ocultar, pero tras un día entero de espera, nada. No apareció nadie.

Lo mismo ocurrió los siguientes cuatro días.

Empezaba a pensar que ya no volverían, pero mientras se bañaba, oyó voces de mujer y fue a ocultarse. Demasiado tarde, cayó en la cuenta de que su tosca ropa, estaba donde la había dejado, en la playa.

Las dos chicas, repararon enseguida en las prendas y al no ver a nadie, lo llamaron.

- Ven, dijo una.

- No te vamos a comer, soltó la otra entre risas.

Tanto insistieron, que nadando se acercó a la orilla.

Ellas al verlo sonrieron maliciosamente, se desnudaron y se metieron en el río. Durante un rato él se sentía tímido y no se acercó a las chicas, poco a poco y viendo que ellas le incitaban, fue ganando confianza.

Un de ellas le preguntó.

- ¿Nunca has estado con una mujer, verdad?

El asintió con la cabeza.

- Esta noche ven aquí, nos tendrás a las dos, dijo una de ellas y ambas salieron del agua.

El día parecía no pasar, entre la impaciencia y el deseo, las horas eran eternas. Por fin, declinó la tarde y él se dispuso para el encuentro.

Caminaba feliz, excitado y, entonces le vino a la mente aquel consejo que le repitieron hasta la saciedad: "No te fíes de nadie en el bosque"

Desecho el pensamiento y siguió, la noche nacía y la luna asomaba, pálida y llena.

Cuando llegó al remanso del río, las dos jóvenes esperaban, casi vestidas e iluminadas sus miradas por una hoguera.

- ¿Saben tus padres que estás aquí? Preguntó una a modo de saludo.

Él respondió tristemente.

- Mis padres murieron, vivo solo desde entonces.

No pudo ver el cruce de miradas entre ellas.

- Ven, bebe y se feliz con nosotras, dijeron las chicas a la vez.

Se llevó la copa a los labios y cayó al suelo inconsciente.

Cuando despertó, se sentía entumecido y muy cansado. El lugar estaba oscuro y la atmósfera le parecía sofocante. Enseguida supo que estaba atado, miró los grilletes y cadenas y sintió miedo.

Pasaron horas, quizás días, no sabría decirlo.

Por fin entró una de aquellas, ya no tan hermosas muchachas, su cuerpo perfecto relucía bañado en aceite.

Le dio de beber y de comer, siempre en silencio y tal como llegó se fue.

La comida y el agua le hicieron sentirse mejor, pero seguía sin entender que querían de él. ¿ Por qué le habían secuestrado?

No pasaron ni dos horas, cuando volvió la misma mujer, esta vez traía un cuenco con fruta. Se acercó a él sonriendo y tomando un poco de esa

de esa fruta la mordió, luego acercó sus labios a los suyos y besándolo, le puso el jugo en su boca.

Sintió que su deseo despertaba de inmediato.

La joven entre caricias y juegos le llevó al clímax. Cuando esta se sintió satisfecha, se dirigió al muro, de allí, descolgó un látigo y lo azotó mientras él suplicaba en vano. Perdió el conocimiento, al volver a despertar, las heridas palpitaban por todo su cuerpo.

La otra mujer llegó entonces, con voz triste, le hablo en un susurro.

- Lo siento, dijo. Mi hermana es malvada y me obliga a hacer estas cosas que yo no quiero.

Después aplicó cariñosa bálsamo por su piel desgarrada.

Enseguida se sintió mejor.

La chica le dijo que tomara una poción.

- Te ayudará a bajar la fiebre.

Él se dejó hacer, sintiendo que la chica podría ser su única salvación.

Le pidió agua, ella, solícita fue a por ella, al poco reapareció, con agua fresca y un plato con carne asada.

Le ayudo a comer y le prodigó caricias y besos. Se amaron, con dulzura, sin prisa, parando el tiempo.

Volvió a dormirse, volvió a despertar y volvió a repetirse todo otra vez.

Latigazos, hierros al rojo...

La hermana malvada, saciaba y saciaba sus apetitos carnales y luego lo torturaba. Después, la otra lo curaba amorosamente y se amaban.

El tiempo fue pasando y las atroces torturas fueron llenando su cuerpo de cicatrices.

Ya no sabía cuánto tiempo había pasado, pero después de una sesión especialmente cruel, su torturadora le obligó a tomar otra pócima, se sintió morir, notaba como su cuerpo se iba transformando, sus músculos, sus extremidades, todo crecía y a la vez le provocaba un dolor irresistible. Presa del pánico forcejeó con sus cadenas y las arrancó de sus anclajes, derribó la puerta de su celda y huyó.

Vagó por el bosque, pero los animales huían de él, así que acabó por cazarlos para sobrevivir. Al fin, una noche acabó frente a la puerta de su casa. Estaba abandonada y oscura, entró en ella y el espejo de la entrada le devolvió el reflejo de un ser deforme y monstruoso.

Lloro desconsolado, luego prendió fuego a la casa y se internó en el bosque para no volver.

Nunca supo que había sido presa de unas Lamias, a las que su madre robo un peine de oro.

Fin

Rafa Marín


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