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sábado, 6 de julio de 2019

El trío ( relato corto)


Pablo era un tío bueno, ya me entienden, de esos que son altos, con una sonrisa blanquísima y unos bíceps que hacían temblar a las mujeres. Simpático, conversador y educado.

Corría por el parque, cada mañana lo hacía, cuando de repente cayó de bruces al suelo. No había sido un infarto, sino un perro que inesperadamente se metió por en medio.

Iba a soltar un juramento, pero dos pares de larguísimas piernas femeninas le despertaron una sonrisa.

Las dos mujeres, de unos treinta y pocos, lo miraban asustadas.

- ¿Se encuentra bien? Dijo una de ellas.

- Pepe, se nos ha escapado, se excusó la otra.

Para compensar el tropiezo de Pablo con el perro, las mujeres le invitaron a un zumo de frutas en una terraza cercana. Allí, se presentaron y hablaron durante mucho rato. Intercambiaron los teléfonos y quedaron para picar algo el viernes siguiente.

La semana pasó, con la lenta rutina de hombre soltero y noches vacías. Por un lado queriendo ver a las dos mujeres y por el otro, sabiendo que no habría más que unas risas y un deseo que se quedaría en eso, una fantasía sin cumplir.

Le sorprendió la llamada de una de ellas, eran las 5 de un caluroso viernes.

- Hola, Pablo. Recuerda que esta noche hemos quedado. ¿Te apetece, verdad?

- Claro, dijo él, ¿quién no tendría ganas de volveros a ver?

Quedaron para cenar en un pequeño restaurante del puerto, era un sitio tranquilo y poco frecuentado, pero del que había oído hablar muy bien. Un sitio "exótico", le había comentado un amigo.

A las nueve y media entró en el local. Apenas media docena de mesas estaban ocupadas. La música sonaba triste y melancólica, con sabor a fado y a historias con tragedia.

Le atendió un joven con delantal negro y camisa a rayas. Él dio su nombre y el camarero le llevó a una discreta mesa al fondo del local, le ofreció una copa de vino y se alejó silencioso.

Las mujeres, se hicieron esperar, lo justo, como para que la sorpresa se dibujara en sus ojos al verlas acercarse. Hermosas, bronceadas y felinas.

Con gesto torpe, se levantó y al saludarla con un beso en la mejilla notó el embriagador perfume de ellas. Dulce y con ese aroma que invita al pecado.

Cenaron poco, pescado y ensalada y ese vino blanco que casi sabía a fruta prohibida.

Después, él propuso un bar del centro, pero ellas riendo le dijeron que no. Tenían una sorpresa, subió el coche de ellas y se dejó llevar. Salieron del pequeño pueblo y por la carretera de los montes cercanos, en un rato, que entre charlas y risas se le hizo corto, llegaron al inmenso portón de hierro forjado. Este se abrió lento y silencioso, el vehículo se adentró en la finca avanzando por un cuidado camino bordeado de setos altos, al fondo se recortaba una mansión bajo la luz de la luna.

Pablo, entre excitado y algo preocupado, no paraba de pensar como acabaría la aventura, pero sus gestos y su voz, no dejaron que asomará el mínimo atisbo de miedo.

En la escalinata de entrada, aguardaba otra mujer, vestía uniforme de guardia de seguridad. Nada más parar el coche, abrió la puerta a Pablo y después, tras apearse las dos mujeres, se llevó el coche a un lugar desconocido.

La mansión estaba iluminada con la confortabilidad de la penumbra y las mujeres guiaron al hombre directamente a una alcoba.

Desnudos los tres se dejaron arrastrar al infierno de la pasión desatada y poco a poco el placer los hundió en el plácido sueño.

Pablo, despertó sobresaltado, como si algo no funcionara bien. Contemplo a las dos mujeres que dormían a su lado.

Todo está bien, pensó. Al poco volvía a dormir plácidamente. Entonces, ellas abrieron los ojos, el brillo de la hoja del cuchillo iluminó sus miradas y una copa que vacía, aguardaba para llenarse con sangre.

Fin

Rafa Marín



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