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martes, 16 de julio de 2019

El carrito ( relato corto)

Se acercó desorientada, y con voz torpe y trémula, dijo:
- Joven, creo que me han robado el carrito de la compra. Es azul y tiene ruedas blancas.
El chico que atendía la caja del supermercado, miró con cansancio a la encorvada figura de la anciana.
- ¿Está segura?
Pregunto sin interés.
La pobre mujer no lo recordaba, pero cada día desde hacía dos semanas, se acercaba a su puesto de trabajo con la misma historia.
Por alguna razón, el chico que apenas llevaba un mes en ese trabajo, mientras miraba como se alejaba la señora, reclamó la atención de la encargada. Le informo de la anciana y su queja diaria.
La encargada, lo miró entre sorprendida y risueña.
- ¿Qué anciana es? Preguntó mientras señalaba el local completamente vacío.
- Esa, comenzó a decir, mientras miraba al largo pasillo sin clientes.
-No entiendo, continuó diciendo, estaba aquí, hace un momento y ... decidió callarse.
La encargada se alejó, negando con la cabeza.
Llegó la hora del cierre, hoy le tocaba cerrar, el chico, accionó el interruptor que bajaba las persianas y luego, fue recorriendo los pasillos uno a uno. Por un momento creyó ver a la vieja, pero no. Mientras iba apagando luces, pensó en lo curioso de la situación y de cómo poco a poco aquella señora confundida se había transformado en una vieja chiflada que le había hecho quedar mal.
Salió a la calle por una pequeña y pesada puerta blindada de la parte trasera. Esta daba a un callejón estrecho y mal iluminado, en el que para su mayor congoja, se hacinaban aquellos seres olvidados por dios.
Recorrió aquel trozo de infierno casi a la carrera, pero nadie le molestó, ni siquiera se percataron de su temerosa y urgente figura.
Justo antes de llegar al final del callejón, descubrió una luminosa apertura en la alta pared que rodeaba un solar, que soñaba con ser algo más, pero que aparentemente, nunca sería nada más.
Miró un instante a aquella grieta de luz, pero no se decidió a asomarse.
- Otro día, casi dijo en voz alta.
El joven, no volvió a ver a aquella señora, el trabajo del supermercado le ayudó a terminar su carrera y años más tarde, ya asentado como un detective de homicidios, recibió aquel aviso.
Se dirigió al callejón donde las luces azules y naranjas le señalaron el lugar del macabro hallazgo.
Sacó su placa y cruzó la cinta amarilla que demarcaba el lugar. Un agente uniformado, mediante señas le indicó la abertura en el muro, casi al final de aquel callejón que le había despertado miedos en su juventud.
Asomó la cabeza y notó el olor, dulzón y pegajoso de un cuerpo en descomposición.
Los técnicos forenses, había unos 10, se afanaban en su trabajo. Uno de ellos se le acercó, se saludaron por el nombre y, ambos sonrieron con desgana.
- ¿Todo esto, por un cadáver? Preguntó el policía.
El técnico lo miró sorprendido.
- ¿No te han informado? Hay un cadáver por carrito, dijo dibujando un arco con brazo.
El solar, iluminado a penas por varios focos, mostraba a primera vista unos 40 ó 50 carritos de la compra, todos azules y con ruedas blancas.
En un rincón apartado, custodiada por dos agentes, había una anciana, en cuyos ojos brillaba diabólica la luz de la locura.
Fin
Rafa Marín

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