Desde su más tierna infancia, sus padres
se lo habían inculcado, pero mientras miraba amorosamente a la pequeña flor, se
preguntaba el porqué. Los animales del bosque nunca le rehuían, es más, cada
mañana la alondra se acercaba y con su canto le despertaba.
Una mañana de verano, mientras se acercaba
al remanso perezoso que el río dibujaba entre abruptos acantilados y una
pequeña playa escondida entre los sauces centenarios, vio como una joven se
desnudaba y se metía en el agua.
Se ocultó y desde las aneas la miró, era
tal la belleza y perfección de su cuerpo, que quedó paralizado de amor.
La chica, después del baño, se quedó
tumbada un rato al sol, luego se vistió y desapareció entre la fronda.
Él, recuperado ya de su éxtasis, disfrutó
de su baño, pero en su mente la belleza y juventud de la mujer, se negaban a
pasar al olvido.
Durante la noche, incapaz de conciliar el
sueño, trazó un plan y así, feliz se durmió al fin.
Se levantó temprano, tanto que la alondra
no llegó a su cita diaria, desayunó con prisas y sin decir nada, se dirigió a
su rincón en el río.
Se ocultó y pacientemente esperó. Para su
sorpresa, a la misma hora que el día anterior, apareció la joven, pero ... ¡Oh!
Sorpresa, la acompañaba otra chica. Ambas, desnudas y hermosas se lanzaron al
agua y chapotearon entre risas y juegos. Al final, tendidas en la playita, se
amaron entre caricias e impúdicos besos.
Por un momento, él, pensó en salir de su
escondite, pero prefirió no interrumpir la magia que rodeaba aquel momento.
Se sintió confuso al principio, pero al
recordar horas más tarde aquella visión de dos mujeres amándose, decidió que
debía dejar su timidez y actuar.
Al día siguiente se volvió a ocultar, pero
tras un día entero de espera, nada. No apareció nadie.
Lo mismo ocurrió los siguientes cuatro
días.
Empezaba a pensar que ya no volverían,
pero mientras se bañaba, oyó voces de mujer y fue a ocultarse. Demasiado tarde,
cayó en la cuenta de que su tosca ropa, estaba donde la había dejado, en la
playa.
Las dos chicas, repararon enseguida en las
prendas y al no ver a nadie, lo llamaron.
- Ven, dijo una.
- No te vamos a comer, soltó la otra entre
risas.
Tanto insistieron, que nadando se acercó a
la orilla.
Ellas al verlo sonrieron maliciosamente,
se desnudaron y se metieron en el río. Durante un rato él se sentía tímido y no
se acercó a las chicas, poco a poco y viendo que ellas le incitaban, fue
ganando confianza.
Un de ellas le preguntó.
- ¿Nunca has estado con una mujer, verdad?
El asintió con la cabeza.
- Esta noche ven aquí, nos tendrás a las
dos, dijo una de ellas y ambas salieron del agua.
El día parecía no pasar, entre la
impaciencia y el deseo, las horas eran eternas. Por fin, declinó la tarde y él
se dispuso para el encuentro.
Caminaba feliz, excitado y, entonces le
vino a la mente aquel consejo que le repitieron hasta la saciedad: "No te
fíes de nadie en el bosque"
Desecho el pensamiento y siguió, la noche
nacía y la luna asomaba, pálida y llena.
Cuando llegó al remanso del río, las dos
jóvenes esperaban, casi vestidas e iluminadas sus miradas por una hoguera.
- ¿Saben tus padres que estás aquí?
Preguntó una a modo de saludo.
Él respondió tristemente.
- Mis padres murieron, vivo solo desde
entonces.
No pudo ver el cruce de miradas entre
ellas.
- Ven, bebe y se feliz con nosotras,
dijeron las chicas a la vez.
Se llevó la copa a los labios y cayó al
suelo inconsciente.
Cuando despertó, se sentía entumecido y
muy cansado. El lugar estaba oscuro y la atmósfera le parecía sofocante.
Enseguida supo que estaba atado, miró los grilletes y cadenas y sintió miedo.
Pasaron horas, quizás días, no sabría
decirlo.
Por fin entró una de aquellas, ya no tan
hermosas muchachas, su cuerpo perfecto relucía bañado en aceite.
Le dio de beber y de comer, siempre en
silencio y tal como llegó se fue.
La comida y el agua le hicieron sentirse
mejor, pero seguía sin entender que querían de él. ¿ Por qué le habían
secuestrado?
No pasaron ni dos horas, cuando volvió la
misma mujer, esta vez traía un cuenco con fruta. Se acercó a él sonriendo y
tomando un poco de esa
de esa fruta la mordió, luego acercó sus
labios a los suyos y besándolo, le puso el jugo en su boca.
Sintió que su deseo despertaba de
inmediato.
La joven entre caricias y juegos le llevó
al clímax. Cuando esta se sintió satisfecha, se dirigió al muro, de allí,
descolgó un látigo y lo azotó mientras él suplicaba en vano. Perdió el
conocimiento, al volver a despertar, las heridas palpitaban por todo su cuerpo.
La otra mujer llegó entonces, con voz
triste, le hablo en un susurro.
- Lo siento, dijo. Mi hermana es malvada y
me obliga a hacer estas cosas que yo no quiero.
Después aplicó cariñosa bálsamo por su
piel desgarrada.
Enseguida se sintió mejor.
La chica le dijo que tomara una poción.
- Te ayudará a bajar la fiebre.
Él se dejó hacer, sintiendo que la chica
podría ser su única salvación.
Le pidió agua, ella, solícita fue a por
ella, al poco reapareció, con agua fresca y un plato con carne asada.
Le ayudo a comer y le prodigó caricias y
besos. Se amaron, con dulzura, sin prisa, parando el tiempo.
Volvió a dormirse, volvió a despertar y
volvió a repetirse todo otra vez.
Latigazos, hierros al rojo...
La hermana malvada, saciaba y saciaba sus
apetitos carnales y luego lo torturaba. Después, la otra lo curaba amorosamente
y se amaban.
El tiempo fue pasando y las atroces
torturas fueron llenando su cuerpo de cicatrices.
Ya no sabía cuánto tiempo había pasado,
pero después de una sesión especialmente cruel, su torturadora le obligó a
tomar otra pócima, se sintió morir, notaba como su cuerpo se iba transformando,
sus músculos, sus extremidades, todo crecía y a la vez le provocaba un dolor
irresistible. Presa del pánico forcejeó con sus cadenas y las arrancó de sus
anclajes, derribó la puerta de su celda y huyó.
Vagó por el bosque, pero los animales
huían de él, así que acabó por cazarlos para sobrevivir. Al fin, una noche acabó
frente a la puerta de su casa. Estaba abandonada y oscura, entró en ella y el
espejo de la entrada le devolvió el reflejo de un ser deforme y monstruoso.
Lloro desconsolado, luego prendió fuego a
la casa y se internó en el bosque para no volver.
Nunca supo que había sido presa de unas
Lamias, a las que su madre robo un peine de oro.
Fin
Rafa Marín