Hay, por decirlo así,
un fruto envenenado,
que mora en mis labios,
como una vacía promesa,
la voz de dioses paganos.
Es mi subjetividad presa,
la arraigada en ilusiones,
como esas lejanas luces
de los cielos estrellados.
Susurrantes palabras,
eco místico emparadado,
lápida pulida de piedra,
un cruel y duro epitafio.
Mi voz, entre los pliegues,
girones harto cansados,
de un yo que te enferma;
no es un poderoso bálsamo,
sino ese veneno escondido,
entre las páginas muertas
que para ti voy publicando.
Rafa Marín
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