Entre los pliegues profundos
de sus manos ajadas,
mil verdades y el sueño,
de aquel que con ellas trabaja.
Sin perdón el soez látigo,
con tesón castigó su espalda,
capataz cruel de manos blancas.
Cada noche a sus sordos dioses,
en silencio la misma plegaria;
tener una vida corta,
para que sus cadenas caigan.
Que largas son estás noches
y que grande la luna pálida,
que duros son los callados llantos
y que amargas sus lágrimas.
Rafa Marín
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