Arrinconadas están ahora
y sin su plástico brillo,
unas botas que fueron moradas
y que tanto gustaron
a aquellos ojos de niño,
esperan que alguien las recuerde en su exilio.
Ahora, ya por el tiempo olvidadas,
una araña entre las dos hizo su nido.
La luz de cada mañana entrará por esos desencajados postigos
y así, con el silencio sepulcral, ellas, las pequeñas botas de plástico,
sonarán con charcos de otoño y pies de niño.
Rafa Marín
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