La mañana estaba despuntando cuando llegó a la esquina de la calle. Con
horror veía las luces de la tienda encendidas y las puertas abiertas. Metió la
mano en el bolso casi por instinto, agarró el espray anti violadores y Armada
de valor entró.
Todo estaba en silencio, parecía que no faltaba nada. En el caos que
formaban las antigüedades, todo parecía estar en su sitio. Paseó nerviosa
recorriendo los pasillos, atenta a observar un hueco o una sombra, pero todo
estaba en su perfecto desorden y extrañamente limpio.
Se esforzó por recordar, pero no recordaba que había hecho el viernes por
la tarde. Así que tras las primeras dudas, sonrió y dio por supuesto que había
sido un milagro que no le desvalijaran todo, posiblemente la dejó abierta.
El día, como todos, pasó lento y aburrido. Cerró un par de ventas que le
quitarían la preocupación económica por un par de meses y repasó el inventario,
no se acababa de fiar de la suerte.
Al acabar la jornada, apagó luces, conectó la alarma, cerró todo y desde la
acera, hizo varias fotografías, pensó que no estaría de más tener evidencias.
La semana siguió con la rutina, muy espléndida económicamente, pero sin
sorpresas personales. El viernes, tomó las fotos de forma mecánica, metió el
móvil que nunca usaba en el bolso y bajó la calle hasta la parada de tren.
En el andén y con su tren entrando, sonó el teléfono, estaba tan poco
acostumbrada, que no reconoció el tono, al intentar responder, paró de sonar.
Subió al tren y se dejó llevar, tenía una hora de viaje.
Instintivamente se conectó a Twitter, hay estaba su familia y su gran
decepción; @ xxxxx , pero así era la vida.
Saludos, risas y conversaciones insustanciales. También de las otras, más
personales, más intimas. Al final, como cada día, una mirada a la decepción,
pero nada.
Ya en casa, una ducha, un sofá, tele y Twitter.
Despertó de pronto, sobresaltada. El despertador sonaba furioso, urgente,
como un policía llamando a tu puerta.
Bajo la ducha, recordó algunas conversaciones, una sonrisa le iluminó la
cara.
Desayunó con una carrera hasta la estación, para dormitar después una hora
de trayecto.
Esta vez, el susto fue duro, agónico, la tienda estaba abierta y con todas
las luces encendidas.
Lo primero fue mirar las fotos del viernes, pero no estaban allí. No entendía,
tenía un nítido recuerdo. Se apoyo sobre la fachada del edificio, mareada.
Dejó transcurrir unos minutos, luego entró.
Al igual que la primera vez, todo estaba en su sitio. Pero su desasosiego
no cesó. El día se hizo largo, espeso.
Iba y volvía cada día, hasta que llegó el viernes. Tras mucho pensarlo, se
le iluminó una idea. Llamó a la policía y contó que había un hombre merodeando
en la calle y que le había sorprendido espiándola. Era una pequeña mentira,
pero la policía le ayudaría a cerrar la tienda, quedando así registrado el
hecho.
En el tren, ya de vuelta a casa. Tenía una sonrisa radiante, era su
secreto, nada debería saberlo hasta el desenlace.
El fin de semana la fatiga, porque, ¿y si volvía a estar la tienda abierta?
El domingo se despertó muy temprano. El ritual de cada día pero con menos
prisas y un té reconfortante.
Decidió ir más temprano, si veía la tienda abierta, llamaría a la policía y
que ellos investigaran.
Tembló un instante al bajar del tren, bajo la calle y allí estaba la
tienda. Todo cerrado y apagado.
- Que bien, dijo a media voz. Ahora resulta que estoy loca.
Se acercó, sacó las llaves y entró. No se molestó en comprobar nada, se
dirigió al despacho cabizbajo. De repente la vio, una pequeña lámpara de aceite
del periodo persa, parecía brillar. No fue valentía, solo fue curiosidad, la
tomó y de ella salió la figura fatua de un ser.
Este, haciendo una genuflexión. Dijo: Mi nombre es Shafiq, y estoy a tu
servicio. Pide tres deseos y te serán concedidos.
Estaba tan sorprendida, que no fue capaz de nada. Ningún temblor, ningún
miedo, ningún sentimiento. Permaneció así mucho rato, al final, con una sonrisa
sarcástica, preguntó.
¿Cualquier deseo, lo que sea, lo puedes todo?
Sólo si lo desea de verdad, mi señora.
Un mundo de dudas explotó delante de ella. Lo que quiera...lo que quiera...
Quiero saber si @ xxxxx, está vivo.
Lo deseaba fervientemente, la respuesta no se hizo esperar.
- Si, mi señora, vivo está.
La atravesó el dolor, como si una aguja ardiente se le clavada en el
corazón.
Se repuso y una idea pálpito en su cerebro, era el juego de la venganza.
- Necesito tiempo para el segundo deseo, dijo mirando al genio.
GENIO.
- El tiempo no puedo controlarlo, mi ama.
- Hablaba sola. Respondió.
- Bien, genio, repuso, quiero saber dónde está.
Esta vez el deseo, era más una apuesta, que una incógnita.
- Bien, mi señora, es su segundo deseo. Está prisionero.
- Libéralo, casi gritó, al la niebla incorpórea.
- Gracias, mi señora, el tercer deseo se ha cumplido. Ahora soy libre.
El día transcurrió, como todos los días. Lento y aburrido, pero
extrañamente feliz.
Mientras cerraba la tienda, levantó la vista y miró al rotulo, rezaba así:
ANTIGÜEDADES
EL PÁJARO AZUL
Soltó una carcajada y musito.
- Quién quiere fortuna y gloria.
Caminaba calle arriba, cuando le llegó el primer mensaje de su
@ xxxx.
Siento mucho no haber podido responder a tus mensajes, me han pasado cosas
terribles.
Ella, sonrió feliz.
Escribió en su teléfono:
- Lo sé mi amor, no te preocupes, ahora todo está bien.
Siguió calle arriba, ya se pondrían al día durante esa corta hora de viaje.
Fin
Rafa Marín