El invierno parecía retirarse al norte, a sus perennes cuarteles. La gente,
a pesar de la pandemia, lo tomó con alegría, el sol y las tardes que empezaban
a notarse más largas, se agradecerían.
Como de costumbre, Alberto, tomó la furgoneta y se dirigió a la central de
reparto. El edificio bullía de actividad, por primera vez se había retrasado.
Su sector de reparto, tenía apenas una docena de paquetes, todos pequeños.
- Mal día, se dijo.
Se encogió de hombros, tomo la carga y se dispuso a la faena.
Cerraba la puerta de su furgoneta cuando un paquete le llamó la atención.
Apartado en un rincón, sucio y solitario, según entendía Alberto, había un
pobre paquete abandonado.
Se acercó a la oficina de logística para indagar, y sin saber bien cómo, de
vio con la tarea de llevar el paquete a un lugar apartado de las montañas, muy
lejos de su ruta.
El día fue generoso, todos los clientes estaban en casa y en apenas una
hora, ya solo le quedaba el triste y sucio paquete. Al menos le pagaban
kilometraje y un almuerzo de carretera.
Tras configurar el navegador del automóvil, animado y feliz, se dirigió a
su destino, saltarse el cerramiento perimetral de la ciudad, se le antojó una
aventura que merecía la pena.
Después de recorrer unos 50Km y ya a los pies de las montañas, el GPS, le
indicaba como ruta más rápida una carretera comarcal, estrecha y mal
señalizada.
Le encantaba conocer nuevos caminos, así que volvió a sonreír.
- Un día perfecto, gritó.
La carretera avanzaba en sinuoso y constante ascenso, de tarde en tarde,
como si de venas menores se tratase, de izquierda o derecha, otros caminos
partían.
Casi por sorpresa, apareció un caserío con un cartel añoso que decía:
COMIDAS.
Aparcó junto a la entrada del edificio, un refresco la vendría bien y de
camino, podía preguntar sobre la dirección.
Mientras tomaba una coca cola, preguntó al señor que atendía la barra.
- ¿Conoce usted esta dirección?
- Si, contestó, añadiendo, a unos 15 Km, encontrará un desvío a su derecha
y casi enseguida, un camino de grava a la izquierda. Sígalo, al final está la
casa que busca.
Pagó la consumición y cuando salía, creyó oír un -Yo no iría-
Se volvió, pero el señor de la barra ya no estaba.
Reemprendió el camino y tal como le dijeron, ahí estaba el desvío y en
seguida el camino de grava.
De las laderas de las montañas, empezó a descender una densa niebla y
Alberto borro su sonrisa.
Lo que me faltaba, niebla, dijo.
La visibilidad se redujo una veintena de metros, pero el camino de
grava tampoco estaba para prisas. Avanzando cada vez más despacio y en completo
silencio, al fin, se abrió una explanada casi libre de niebla y en medio, la
casa.
Era una casa solariega, que hacía mucho perdió su renombre. Tenía 3 pisos
de altura y en sus abuhardillados tejados, destacaban las ventanas de las
mismas.
Tomó el paquete y recorrió la decena de metros que le separaban de la
entrada. En la misma, adherida a la puerta había una nota.
La entrada por la parte de detrás, informaba.
Aunque la gran puerta estaba situada en mitad de la fachada, eligió rodear
la casa por la izquierda, parecía que había menos niebla por ese lado.
Torció la esquina y se vio envuelto en una densa y blanquecina nubosidad
que no le permitía ver más allá de un metro.
Extendió su mano derecha hasta tocar la pared y sujetando el paquete con la
izquierda avanzó decidido. Se sentía extraño, avanzaba, pero se le hacía un
recorrido interminable. Paró y escudriñó a su alrededor, pero siempre sin
separar la mano del muro.
Volvió a ponerse en marcha, toda noción del tiempo o del espacio recorrido,
carecía de sentido, la impaciencia lo atrapó. Aceleró el ritmo de sus pasos y
de repente, vio la esquina, casi gritó a modo de triunfo. Al torcer la, descubría
la explanada, su furgoneta y la fachada de aquella maldita casa.
Asustado corrió hasta la entrada, arrojó el paquete contra la puerta y
subió al automóvil. Mientras recorría el camino de grava hasta la carretera
comarcal, se sintió observado por algo de poder inconmensurable. Aceleró hasta
el límite de la prudencia, luego enfiló la comarcal cuna un único deseo en
mente; interrogar al señor del caserío.
La niebla parecía levantarse y al poco vio el cartel. COMIDAS, estaba
descolgado de uno de sus anclajes. Se detuvo y lleno de pavor, descubrió que
llevaba años abandonado.
En este punto se dejó arrastrar por el pánico, condujo de vuelta a la
ciudad al máximo de velocidad que le permitía el motor del vehículo.
Una vez en casa, ya tranquilizado su espíritu sonrió.
- Buff, soltó sonriendo.
Se preparó una cena temprana, su reloj se había parado a las cuatro y no
tenía idea de que hora era.
Mientras cenaba, cayó en la cuenta de que no había visto a nadie, ni
peatones, ni tráfico. Lo achacó al estrés, pero al asomarse a la ventana, vio
la ciudad desierta y una densa niebla lechosa que avanzaba.
Fin
Rafa Marín