La quise sólo para mí,
como quiere la mañana al lucero,
con esa urgencia desmedida
de un amanecer que está viniendo.
La quiero, por su paciencia
y su sed insaciable,
por aquellos dulces momentos.
La quiero porque se fue,
como cada noche la luna,
entre los cipreses se va yendo.
La quiero, aunque ya no esté,
porque se volvió hada
y escapó de mis sueños.
Rafa Marín
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